martes, 16 de noviembre de 2010

Ibn Ammar, el poeta que pudo reinar

Hace un tiempo publiqué aquí la leyenda sevillana de la esclava-reina Itimad. Ésta empezaba con un paseo junto al Guadalquivir del rey de la Taifa de Sevilla Al-Mu'tamid y su amigo Ibn Ammar (Abenamar para los cronistas cristianos). Buscando más información descubrí la interesante biografía de Ibn Ammar: un poeta cuyo talento y ambición le hicieron elevarse desde unos orígenes humildes a ser uno de los hombres más importantes de la península en el S. XI. Llegó a acariciar el sueño de gobernar su propio reino, pero fue su propia sed de poder la que le hizo caer hasta acabar ejecutado a manos de su mejor amigo.


Juventud y llegada a la corte abadí

Abu Bakr Ibn Ammar nació el año 1031 cerca de la ciudad de Silves, capital de la Taifa de Silves que abarcaba la parte occidental del Algarve portugués. Procedente de una familia humilde, mostró desde joven un gran talento para la poesía, convirtiéndose en uno de los más grandes poetas de los reinos de taifas, época en que la poesía llegó a sus niveles más altos en Al-Ándalus. Pasó su juventud recorriendo los reinos musulmanes de la península, recitando panegíricos a todo aquel que pudiera pagárselos. Fueron tiempos duros para el joven Ibn Ammar, descrito según fuentes de la época como "un pobre poeta joven desconocido y mal trajeado que provocaba la risa de unos y la compasión de otros, por su larga pelliza y su pequeña gorra; se consideraba dichoso si cualquier hombre rico se dignaba arrojarle las migajas de su mesa, a cambio de sus versos".

La suerte de Ibn Ammar cambió cuando logró una audiencia en la corte abadí de Sevilla en 1052. El rey Al-Mu'tadid  había heredado la taifa que fundó su padre Abú al-Qasim en 1023 y la convertiría en una de las potencias de Al-Andalus. Belicoso y cruel (mató a uno de sus hijos con sus propias manos y gustaba de conservar los cráneos de sus enemigos), también fue poeta y mecenas, reuniendo a su alrededor una corte digna de los príncipes del Renacimiento.

Expansión de la Taifa de Sevilla (Wikipedia)

Ante esta corte de literatos y poetas Ibn Ammar desplegó su talento, recitando un panegírico que exaltaba la figura del rey, tras el cual "Al-Mu'tadid ordenó que se le entregara dinero, vestido y una mula para cabalgar, y que su nombre fuese inscrito en el registro de los poetas pensionados de la corte". Allí conoció al príncipe  Al-Mu'tamid, que a sus doce años ya mostraba gran talento para la poesía. Ibn Ammar, unos nueve años mayor que él, fascina al joven príncipe y se convierte en su amigo y confidente. Cuando un año después el príncipe recibe el encargo de su padre de gobernar la recién conquistada Silves Ibn Ammar le acompañará como ministro.

La relación entre estos dos personajes ha sido objeto de discusión. Mientras que para algunos fue de una profunda amistad cimentada en la admiración que el joven Al-Mutamid sentía hacia el poeta de Silves, otras fuentes llegan más lejos, apuntando a una relación sentimental entre ambos. Según el biógrafo de Al-Mu'tamid, sus relaciones amistosas "eran más íntimas que las de un hermano con un hermano y las de un padre con su hijo".



Una estrella en ascenso

La estancia en Silves de Al-Mu'tamid e Ibn Ammar se desarrolló entre fiestas y excesos. Hay quien fija allí y no en Sevilla, cuando al-Mu'tamid conoce a la esclava Al-Rumaikiyya que acabaría siendo su esposa y reina con el nombre de Itimad. La vida disoluta a la que se entregaba el que, debido a la muerte de su hermano mayor, se había convertido en heredero del trono sevillano acabó alarmando a su padre, que lo llama  de vuelta a Sevilla en 1057.

Ibn Ammar, temeroso de la furia del rey, huye a Zaragoza. Más suerte tiene Itimad, que se gana a Al-Mu'tadid presentándole a su nieto y heredero de la dinastía.

Once años pasaría Ibn Ammar en el destierro, durante los cuales escribe una triste poesía al rey de Sevilla implorando su perdón:
No es sino por mí, por quien zurean tristemente las palomas,
no es sino por mí, por quien lloran las nubes;
no es sino por mí, por quien el trueno ha lanzado su grito vengador
y por quien el relámpago ha hecho vibrar su filo cortante;
no es sino por mí, por quien las brillantes estrellas se han vestido
de duelo, y por quien han marchado en cortejo fúnebre;
no es sino por mí, por quien el huracán ha rasgado sus vestiduras
y gime con los gañidos de las tiernas gacelas
(...)
¿Acaso Silves no ha llorado por el que sufre
y Sevilla no ha suspirado por un arrepentido?
(...)

Pero no es hasta la muerte de Al-Mu'tadid cuando Ibn Ammar puede volver a Sevilla, reclamado por su amigo y nuevo rey.

No paró mucho tiempo en Sevilla Ibn Ammar, a causa de la enemistad que le enfrentaba al poderoso visir de la corte. A duras penas convence a Al-Mu'tamid para que le deje marchar, encargándole el gobierno de Silves, ciudad a la que vuelve en medio de gran pompa y boato. Al despedirse Al-Mu'tamid improvisa unos versos recordando los buenos tiempos vividos juntos allí.
¡Saluda a esos lugares míos de Silves, Abu Bakr,
y pregúntales si su añoranza es como la mía!
¡Saluda al Alcázar de las Barandas de parte de
un joven que siempre, la ansiará!
Morada de leonés y de blancas doncellas
¡qué espesuras y qué gabinetes!
¡Cuántas noches pasé allí, en su grato refugio,
entre pingües nalgas y estrechas cinturas!
mujeres blancas y morenas que atravesaban mi alma,
como las albas espadas y las oscuras lanzas (...)
Ibn Ammar hace una entrada triunfal en la ciudad. Según cuenta la leyenda nada más aposentarse mandó que se enviara un saco lleno de monedas a un mercader que, en los tiempo de necesidad, le había dado un saco de cebada para su mula a cambio de una poesía, con el mensaje: "Dígale que si antes me la hubiese llenado de trigo, ahora se la hubiera devuelto de oro".

Muerto el visir Al-Mutamid se apresura a llamar de vuelta a su amigo y le nombra primer ministro, dando comienzo a un periodo en el que se convertiría en uno de los hombres más poderosos de la España musulmana.

Frente a él, a veces como enemigo, a veces como aliado, se alzaría el que fue árbitro de la política ibérica, el rey castellano-leonés Alfonso VI, que se refirió una vez a Ibn Ammar como "el hombre de la península". Alfonso VI lleva a cabo, con éxito, una política consistente en fomentar las enemistades entre las taifas musulmanas, ofreciendo su apoyo a quien mejor pueda pagarlo y exigiendo en cualquier caso el pago de tributos anuales o parias.

Sobre la relación entre Alfonso VI e Ibn Ammar existe una historia en la que, como muchas de aquella época, es difícil distinguir la historia de la leyenda: un día llegó a la corte sevillana la noticia de que el rey Alfonso avanzaba hacia el sur a la cabeza de sus tropas con la intención de tomar o, al menos, saquear Sevilla. Sabedores de que no eran rival para el castellano-leonés, Ibn Ammar se pone en marcha para convencerle de que cambie su propósito. Como arma secreta lleva consigo "un juego de ajedrez tan magnífico que ningún rey había tenido otro semejante. Las piezas eran de ébano y de sándalo incrustado en oro"

Alfonso VI, gran aficionado al ajedrez, queda en seguida prendado al ver la obra de arte. Era la ocasión que esperaba Ibn Ammar, que ofrece al castellano jugárselo en una partida. Ibn Ammar, gran ajedrecista, derrota al soberano cristiano. Cuando Alfonso le pregunta qué quiere como recompensa, Ibn Ammar le pide que retire sus tropas a lo que el rey, que se considera un hombre de honor, no puede sino acceder.

Hasta aquí la leyenda. Algunas fuentes hablan de que Ibn Ammar habría sobornado previamente a varios nobles castellanos para que animaran a su rey a jugar contra él y, tras su derrota, convencerle para que su honor exigía retirarse. En cualquier caso sí es cierto que el ejército dio la vuelta, aunque después de que los sevillanos se avinieran a doblar el pago del tributo de ese año.


El sueño de un reino

Tal vez por mera ambición o quizás por apartarse de una corte llena de intrigas en la que cuenta con poderosos enemigos, entre ellos la propia Itimad, Ibn Ammar empieza a acariciar el sueño de convertirse en su propio señor. Fija sus ojos en Murcia, forjando una alianza con el conde de Barcelona Ramón Berenguer II. Pero los ejercitos sevillanos no acuden a la cita en el momento señalado y, como consecuencia, uno de los hijos de Al-Mu'tamid queda como rehén del barcelonés, lo que ocasiona la caída en desgracia de Ibn Ammar.

Pero Ibn Ammar sabe conmover el corazón de su amigo con una poesía,  a la que el rey responde: "¡Ven a ocupar tu lugar a mi lado! ¡Ven sin temor, porque te esperan bondades y no represiones! Ven convencido de que te amo demasiado para poder afligirte; bien sabes que nada me es más grato que verte alegre y contento."

Una vez recuperado su lugar diseña una nueva campaña contra Murcia, que pone en manos del general murciano renegado Ibn Rasiq. El éxito de la misma le encuentra en Sevilla, desde donde acude sin perder tiempo. Decidido a hacer una entrada memorable en la ciudad, Ibn Ammar se dedica a vaciar las Cajas del Estado de los pueblos por los que pasa. Al día siguiente da una audiencia pública en la que empieza a comportarse como un auténtico soberano, llevando el sombrero de pico reservado a los reyes y firmando sus edictos sin incluir el nombre de Al-Mu'tamid.

Su amigo y señor decide no darse por enterado pese a las presiones cada vez mayores de la facción contraria a Ibn Ammar que, con la reina a la cabeza, se ha lanzado a aprovechar su ausencia. Pero es el mismo Ibn Ammar el que da alas a sus enemigos al escribir una carta al pueblo de Valencia invitándolo a rebelarse contra su rey, aliado de Sevilla. Al-Mu'tamid ve aquí la oportunidad de bajarle los humos y le contesta mediante un poema satírico en el que se burla de sus orígenes y aspiraciones. Ibn Ammar encaja mal la crítica y en un ataque de cólera redacta una réplica burlándose de los abadíes y haciendo blanco de sus dardos a la reina y sus hijos en versos como:

Elegiste, de entre las hijas de los viles,
a Rumaykiyya que no vale un adarme;
trajo al mundo sinvergüenzas, de bajo origen,
tanto por vía paterna como materna;
son cortos de estatura,
pero sus cuernos son largos.
Aunque Ibn Ammar no pretende hacer público su poema, una copia acaba llegando a la corte sevillana, empeorando aún más la situación. Finalmente Ibn Ammar decide cortar todos los lazos con Sevilla y se declara señor independiente de Murcia, en lo que algunos autores ven como movimiento defensivo frente a una corte ya abiertamente hostil antes que una muestra de ambición, defendiendo la teoría de que en ningún momento Ibn Ammar abrigó animosidad frente al que siempre había sido y sería su gran amigo.


Caída y muerte

Apenas cuatro años duraría su sueño murciano. Indolente, descuida las tareas de gobierno, hasta el punto en que "su altanería con la gente, su vida libertina y su pasión por el vino le enajenaron el afecto de los murcianos". Aprovechando una de sus ausencias el mismo Ibn Rasiq que le había dado la ciudad tras traicionar al anterior rey de Murcia se rebela y le obliga a exiliarse.

Tras pasar por León y Toledo Ibn Ammar vuelve a Zaragoza en 1082, donde coincidiría con otro ilustre exiliado, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Pero ya no es tan bien recibido, y le pueden los deseos de volver a gobernar un feudo. Dueño aún de su encanto, convence al rey de Zaragoza para que le ceda el gobierno de Segura de la Sierra, en Jaén. Pero camino de su nuevo feudo cae en una emboscada y su cabeza se ofrece al mejor postor, que resulta ser su antigo amigo y señor al-Mu'tamid.

Llevado a Sevilla cargado de cadenas y encerrado en las mazmorras del palacio, Ibn Ammar se dedica a escribir desde su celda enternecedoras poesías pidiendo su perdón. Al-Mu'tamid, que nunca ha sido capaz de mantener su enojo con él y sigue admirando sus composiciones, accede a recibirle y,  tras reprocharle su ingratitud, parece que acaba teniendo palabras amables que él interpreta como una promesa de perdón. Nada más volver a su celda Ibn Ammar comete el último de la cadena de errores que le han arrojado desde su trono en Murcia a una celda sevillana y manda una carta  a un hijo de Al-Mu'tamid en la que se da por perdonado.

Pero la carta acaba en manos de uno de sus enemigos, que se encarga de ponerla, convenientemente adornada y acompañada de graves acusaciones, en manos del rey. Al-Mu'tamid monta en cólera ante lo que cree una nueva traición a su confianza y, ciego de ira, se dirige a la celda donde mata a Ibn Ammar con sus propias manos.

Así acabó, en 1085, la carrera de este poeta y político que supo usar su talento e inteligencia para, partiendo de unos orígenes humildes, convertirse en uno de los hombres más influyentes de la península. Tierra que había recorrido de un lado a otro como primero como poeta itinerante, luego como ministro, como exiliado, como príncipe y como prisionero, para acabar asesinado por su amigo más querido.

Cronistas posteriores cuentan que, una vez pasada la ira, Al-Mu'tamid lloró por su amigo muerto. Mucho  tiempo no tendría para lamentar su acción. El mismo año de la muerte de Ibn Ammar, Alfonso VI conquista la taifa de Toledo. Ante la cada vez mayor amenaza del reino cristiano, los musulmanes de la península llaman en su ayuda a los almorávides. Estos monjes-soldados del norte de África acabarían deponiendo a Al-Mu'tamid y llevándolo prisionero a su capital, Marrakesh. Le acompañaría al destierro su esposa Itimad, que pasaría sus ultimos años en la pobreza de la que había salido cuando, siendo una esclava, interrumpió con un verso el juego de Al-Mu'tamid e Ibn Ammar.


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