lunes, 16 de mayo de 2011

Nada más que vender, las cartas sin respuesta de Alfonso I de Kongo

Cuando los portugueses llegaron por primera vez al lago Malebo, en la parte baja del río Congo, en 1483, encontraron una serie de prósperas comunidades bendecidas por una situación privilegiada, en la que se aunaban tierras fértiles con yacimientos minerales y la confluencia de varias rutas comerciales. Los habitantes de la zona se agrupaban en varios reinos, en el que ocupaba un papel preponderante el Reino de Kongo. Los portugueses, bien recibidos por los habitantes, supieron apreciar las grandes posibilidades de la zona, construyendo en posteriores visitas un fuerte de piedra entre las choza de barro de Mbanza Kongo, que serviría de base para comerciantes y misioneros.

Las élites de Kongo fueron receptivas a la evangelización y pronto empezaron las primeras conversiones, incluyendo al propio manikongo (rey), que fue bautizado con el nombre de João I en homenaje al entonces rey portugués João II. Aunque en la mayoría de las ocasiones esto no supusiera más que añadir nuevos elementos a las creencias tradicionales de los conversos, que sumaban los ritos cristianos a los propios, sí hubo al menos una conversión que pareció total y devota. Nzinga Mbemba, hijo del manikongo y bautizado como Alfonso en honor del heredero portugués, abrazó con fervor la fe cristiana y los modos europeos.

A la muerte de su padre en 1507, Alonso fue elegido como nuevo rey (el manikongo era un cargo electivo, no hereditario), tomando el nombre de Alfonso I de Kongo. Con ayuda portuguesa (aunque Alfonso afirmase que se debió a una aparición de Santiago el Mayor y el Espíritu Santo que dio fuerzas a sus hombres) venció a su medio hermano que reunía a los descontentos de la influencia extranjera, y se lanzó a la misión de europeizar Kongo. Rebautizó su capital como San Salvador y construyó en ella iglesias para atraer misioneros que irradiaran hacia el resto del país. También se lanzó a un programa de construcción de escuelas, buscando alfabetizar a las élites del país, y mandó jóvenes nobles a educarse a Portugal, siendo uno de sus hijos el primer africano negro en ser nombrado obispo.

Escudo de armas que Alfonso I adoptó para el Reino
de Kongo,  simbolizando la intervención del Espíritu Santo
en la batalla que le llevó al trono (Wikipedia).

Al tiempo que trabajaba en el interior del país se dedicó también a extender sus fronteras, apoyándose en el superior armamento de mercenarios portugueses. Parecía que su sueño de crear una monarquía europea en el corazón de África iba camino de convertirse en realidad.

Pero la ayuda portuguesa no era desinteresada. Al margen de los motivos que hubieran guiado su política inicialmente, ahora los portugueses tenían una gran necesidad de un producto concreto y Alfonso debía suministrárselo si quería seguir contando con su favor.

En aquellos años Europa entera suspiraba por el azúcar. El gusto por lo dulce se había ido extendiendo por el continente desde que las cruzadas lo habían puesto en contacto con los productores asiáticos. Portugal estaba decidido a cubrir esa necesidad haciendo uso de sus recién conquistados territorios.

Uno de los lugares elegidos para el cultivo a gran escala fue la Isla de Santo Tomé. Los portugueses desplazaron a la isla un gran número de colonos, incluyendo a 2000 niños judíos arrebatados a sus padres durante la explusión, llegando a convertir la isla en el primer suministrador europeo de azúcar a principios del siglo S. XVI.

Pero este proyecto necesitaba de grandes cantidades de mano de obra; y aquí es donde entra en escena el rey Alfonso. Sus proyectos podrían contar con el apoyo portugués mientras a cambio les suministrase esclavos para sus plantaciones.


Kongo, al igual que la mayoría de las sociedades africanas, no era ajeno a la esclavitud. Aunque existía comercio de esclavos a través del Sahara o la costa este africana, los esclavos solían ser considerados más como bienes familiares que como objetos de comercio. Aquellos que, golpeados por las circunstancias o las cambiantes condiciones meteorológicas, quedaban desposeídos de recursos se ponían al servicio de quien pudiera alimentarlos, entrando a formar parte de su propiedad. Esto era visto como una muestra de estatus; quien tenía esclavos era porque era capaz de mantenerlos, y a su vez el trabajo esclavo permitía a sus propietarios aumentar sus recursos.

Pero una cosa era un comercio a pequeña escala, y otra las grandes necesidades que planteaban los portugueses. Alfonso I fue capaz de contentarlos al principio, obteniendo esclavos en sus conquistas o comerciando con sus vecinos. Pero tras un tiempo su proyecto empezó a hacer aguas. Su necesidad de artesanos y maestros europeos para configurar una administración a la europea no dejaba de crecer, pero cada vez eran menos los que acudían, y el clima y las enfermedades hacía que la mortalidad fuera alta entre los que lo hacían.

Transporte de esclavos en África. Grabado del S. XIX. Fuente Wikipedia Commons.



Poco a poco los misioneros fueron siendo sustituidos por negreros y comerciantes que buscaban explotar las riquezas del país actuando al margen de las leyes de Kongo. El rey Alfonso, que intentaba mantener el comercio de esclavos dentro de las prácticas tradicionales de su tierra, intentó oponerse sin éxito a las prácticas de los recién llegados, que contaban con la connivencia de hombres del rey. Hasta nuestros días ha llegando una serie de cartas enviadas a los reyes portugueses en las que el rey Alfonso expresa sus quejas a "su rey hermano". En una de ellas escribe:
Cada día los traficantes secuestran a nuestra gente, a los hijos de este país, los hijos de nuestros nobles y vasallos, incluso gente de nuestra propia familia. Esta corrupción y depravación está tan generalizada que nuestra tierra está totalmente despoblada. En este reino solamente necesitamos sacerdotes y maestros, ninguna mercancía salvo vino y harina para la misa. Es nuestro deseo que este Reino no ser un lugar para el comercio o el transporte de esclavos.

Muchos de nuestros súbditos persiguen con ansiedad las mercancías portuguesas que sus súbditos han traído a nuestros dominios. Para satisfacer este apetito exagerado, secuestran a muchos de nuestros negros libres, y los venden. Después de llevar a estos prisioneros [a la costa] en secreto o durante la noche, tan pronto como los cautivos están en manos de los hombres blancos, se los marca con un hierro al rojo vivo.
...y tan grande es, Señor, la corrupción y libertinaje que nuestro país está siendo completamente despoblado... Por ello le rogamos a Su Alteza que nos ayuda y asista en este asunto...

El rey portugués nunca tomó en consideración las cartas de Alfonso: entre sus intenciones no estaba frenar las acciones de los esclavistas y el rey Alfonso debía seguir haciendo lo posible para suministrar los esclavos necesarios si quería seguir contando con su apoyo. Al fin y al cabo, desde la óptica del rey portugués, el reino del Kongo no tenía nada más que vender.

La constante sangría en recursos comerciales y humanos fue minando el reino ya durante la vida de Alfonso I, que sufrió un intento de asesinato por parte de sus enemigos políticos apoyados por negreros portugueses. A su muerte en 1543 debía ser consciente del fracaso de su sueño y de la peligros situación en que quedaba su país por culpa de los que había considerado sus aliados.

En efecto, Kongo continuó su declive, con varios intentos de revelarse a la influencia extrangera, y con una independencia prácticamente nominal hasta que en la conferencia de Berlín (1884) sus restos fueron repartidos entre Portugal, Francia y Bélgica. La peor suerte fue para aquellos que cayeron del lado Belga, que sufrirían uno de los mayores genocidios de la edad contemporánea, pero eso es otra historia que ya os contaré en alguna otra entrada.

Fuentes:
  • Africa. A Biography of the Continet, de John Reader.
  • Páginas en Wikipedia del Reino del Congo y de Alfonso I.
  • Página sobre Alfonso I en Dictionary of African Christian Biography.
  • Páginas de la Enciclopedia Británica sobre Kongo y Alfonso I.

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