lunes, 28 de mayo de 2012

El gran asedio de Gibraltar

El 11 de julio de 1779 comenzó el intento más importante por parte de España para recuperar Gibraltar, con un asedio que habría de prolongarse durante tres años y medio. Tres años en los que se sucedieron actitudes heroicas y vergonzosas, episodios de valor y estupidez hasta llegar al asalto final en el que... Bueno, supongo que os hacéis una idea de como acabó, ¿no?


Una guerra que empezó al otro lado del océano

Empecemos poniéndonos un poco en contexto. El 4 de julio de 1776 las colonias británicas de América del Norte proclaman su independencia de la metrópoli, comenzando la Guerra de la Independencia de Estados Unidos. Los rebeldes corren a buscar apoyo exterior y, por aquello de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, ponen sus ojos en Francia, que no puede dejar pasar la oportunidad de incordiar a su principal enemigo. Dos años después de su inicio, lo que empezó como una guerra entre una colonia y su metrópoli se convirtió en un conflicto entre dos de las naciones más poderosas del mundo, una auténtica guerra mundial que se extiende desde el norte del Océano Atlántico hasta el Índico, pasando por el Caribe, el Pacífico y el Mediterráneo en un enfrentamiento que ganaría quien fuese capaz de dominar el mar y sus rutas comerciales.

Y aquí es donde entra en juego España. Para disputarle a Inglaterra el dominio de los mares Francia necesitaba contar con el apoyo de la flota española, así que Luis XVI presionó a un reticente Carlos III, que no veía claro los beneficios de participar en el conflicto, hasta convencerle para entrar en la guerra en virtud del pacto de familia entre borbones. Y el caramelo para terminar de convencer al rey español fue la recuperación de Gibraltar y Menorca, en manos de los ingleses desde el Tratado de Utrecht de 1713.

Imagen digital de la NASA donde aparece resaltado Gibraltar (Wikipedia)




Un bloqueo frustrado... y unos soldados sedientos

Así, el 11 de julio de 1779, un intercambio de cañonazos marcó el comienzo del asedio al peñón, con unos catorce mil soldados españoles rodeando a los algo más de cinco mil soldados ingleses, además de más de tres mil civiles entre residentes y familiares de los soldados. Los españoles eran conscientes de la dificultad de tomar la Roca al asalto, así que su estrategia fue la de rendir a los sitiados por hambre.

Pasaron así dos años de privaciones para los ingleses, sometidos desde el primer día a un férreo racionamiento, teniendo además que hacer frente a brotes de escorbuto y viruela. Pero por dos ocasiones, en enero de 1780 y abril de 1781, una flota inglesa logró burlar el bloqueo para desembarcar provisiones y refuerzos.

Cañón inglés en un túnel de Gibraltar.
Fotografía de Scott Wylie, vía Wikipedia.
La segunda llegada de auxilio llenó de rabia  los sitiadores, que lanzaron su artillera sobre la ciudad por primera vez durante todo el conflicto, en un intento de evitar su aprovisionamiento. Cuando los gibraltareños salieron de sus refugios al día siguiente, se encontraron con una sorpresa: al derribar los muros, las balas habían expuesto a la luz las provisiones que algunos comerciantes habían acaparado en secreto y que iban sacando con cuentagotas y vendiendo a altos precios. Así que a un día de bombardeo siguió otro de saqueos.

Y si las autoridades contaban con el ejército para restaurar el orden no iban bien encaminados, pues entre los más activos saqueadores se encontraban precisamente bandas de soldados, aunque estos se dedicaron principalmente a los almacenes de bebidas. No en vano ya se habían quejado anteriormente de que entre los suministros traídos por la primera flota de rescate no hubiera vino ni ron. Decididos a resarcirse de su involuntaria abstinencia se atrincheraron en los almacenes a emborracharse, lanzándose luego a las calles en busca de más diversión. La situación llegó hasta tal extremo que grupos de oficiales debieron lanzarse a la calle empuñando hachas con las que destrozar todo barril que encontraban, hasta convertir las calles de Gibraltar en ríos de vino y brandy.

Pero ni el bombardeo ni la confusión posterior sirvieron para evitar que la flota desembarcara los suministros. Desmoralizados al ver que los ingleses volvían a estar bien provistos, los españoles relajaron su presión sobre el peñón, que no volvió a tener problemas para aprovisionarse. Poco a poco se volvió a una situación de tensa espera. Durante el verano de 1781 la ofensiva española se redujo al disparo de tres cañonazos diarios, que los gibraltareños bautizaron con sorna como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Pasado el verano los ingleses descubrieron que los españoles empezaban a levantar unos parapetos en la frontera del istmo destinados a albergar baterías con las que bombardear la colonia de cerca. El peligro fue conjurado mediante una arriesgada salida nocturna que destruyó las construcciones y sus polvorines y que todavía hoy se sigue conmemorando en el Peñón.


Los preparativos del ataque: celos y barcos insumergibles

Avanzamos un año hasta el final del verano de 1782. Las cosas se han movido poco en el Peñón, pero a su alrededor el mundo no ha dejado de girar. Las colonias norteamericanas donde se originó el conflicto han conseguido su independencia, y Europa está agotada por la guerra. Carlos III ha logrado uno de sus objetivos al entrar en el conflicto con la captura de Menorca, pero se niega a dar por terminadas las hostilidades hasta haber recuperado también Gibraltar, y los tratados entre ambos países impiden que Francia se siente a negociar sin el visto bueno de España. Así las cosas se prepara el que debía ser el asalto definitivo.

Fuertes y defensas españolas e inglesas.
Imagen de falconaumanni, vía Wikipedia.
Se refuerzan las tropas que sitían Gibraltar, a las que se une una gran flota combinada franco-española, hasta sumar unos 40.000 hombres. Frente a ellos los ingleses solo cuentan con algo más de 7.000 hombres. Pero, aunque ellos mismos no lo sepan, cuentan con un arma secreta: el divismo de los mandos españoles.

Parece que las relaciones entre el sexagenario duque de Crillon, conquistador de Menorca y jefe del ejército, y el almirante Buenaventura Moreno, a cargo de la flota, estaban marcadas por los celos y la desconfiaza mutua. Aunque si en algo coincídian ambos era en su desprecio hacia el tercero en discordia, el ingeniero francés Jean-Claude-Eléonor Le Michaud d'Arçon. D'Arcçon había convencido a Carlos III de que la conquista de Gibraltar pasaba por emplear unas naves de su invención, unas baterías flotantes insumergibles e ignífugas, que permitirían destruir las posiciones inglesas desde la bahía como paso previo a al desembarco de las tropas.

Carlos III apoyó la idea de construir las costosas naves a pesar de lo exiguo de su tesorería y de que la idea contaba con numerosos detractores, entre ellos el propio Crillon. A tanto llegaba su oposición al proyecto que solo se le pudo convercer de que siguiera al mando garantizándole que, si la operación fracasaba, se haría pública una declaración suya manifestando su desacuerdo con el plan. Pero, no contento con esto, además dejó a un amigo veinte copias de una carta donde dejaba claro que había aceptado el mando solo por orden del rey, y que en caso de victoria "la gloria y el crédito corresponderán al ingeniero francés M d'Arçon, en caso de que el lugar sea tomado gracias al éxito de las baterías flotantes, de lo cual tengo serias dudas, si las baterías fallan nadie podrá reprocharme nada pues no he tenido nada que ver en ello". Las instrucciones eran que las distrubuyera por España y Francia en el mismo momento en que llegase a Madrid la noticia del ataque a Gibraltar.

Mientras se llevaban a cabo los preparativos se iba reuniendo en la vecina Algeciras una multitud de curiosos llegados de todas partes de España y Francia que querían presenciar el ataque a modo de espectáculo al aire libre, entre los que se encontraban incluso dos príncipes franceses.


El gran asalto

Mientras, el mando español estaba hecho una jaula de grillos. Crillon presionaba para atacar de inmediato, antes de que llegase el otoño. D'Arçon se oponía, argumentando que las baterías flotantes aún no estaban listas, ni se había terminado de inspeccionar la bahía y sus bancos de areja y bajíos para buscar las mejores posiciones donde desplegarlas. En medio Moreno escuchaba a uno y otro cada vez más disgustado.

Finalmente fue Crillon quien consiguió imponerse. La mañana del día 13 de septiembre las enormes baterías flotantes fueron remolcadas al interior de la bahía de Algeciras y comenzó el intercambio de fuego. Sobre el papel debería haber sido una bombardeo a gran escala, en el que las diez flottantes estarían apoyadas por treinta cañoneras y otros treinta lanzamorteros de la armada. Pero estos últimos, sin ninguna razón más allá de las decisiones personales de su almirante don Luis de Córdoba, no aparecieron. Además, y como temía D'Arçon (que iba embarcado en una de las baterías), las posiciones donde desplegar sus ingenios no eran las adecuadas y no podían explotar a fondo su poder de fuego. Por el otro lado, el diseño del ingeniero parecía estar dando sus frutos: las balas de cañón inglesas rebotaban o se quedaban encajadas en las capas de juncos y madera verde de las baterías flotantes sin hacerles daño.

Asalto a Gibraltar de 1782. Dibujo de  Johann Martin Will (1727-1806), vía Wikipedia.

O, al menos, eso pareció al principio. Viendo la inutilidad de sus primeros disparos, los ingleses optaron por lanzar balas calentadas al rojo vivo. Algunas de ellas, al impactar con la protección de las naves, quedaban incrustadas, y poco a poco el calor les iba abriendo paso por el revestimiento sin que nadie fuese consciente hasta que empezaban a surgir las llamas.

Al caer la noche no solo no se habían cumplido los objetivos, sino que unos 5.000 hombres estaban atrapados en las diez baterías, dos de ellas en llamas, que carecían de medios para moverse por sí mismas. Aún había posibilidad de recuperarlas, pero Crillón, que nunca había creído en ellas, decidió que era mejor rescatar a la tripulación y destruirlas antes de que las capturasen los ingleses.

Pero si los marineros españoles creían que ya había pasado lo peor estaban muy equivocados. El almirante de Córdoba se negó a enviar sus fragatas bajo el fuego enemigo a rescatar a los tripulantes de las baterías. En su lugar se mandaron embarcaciones pequeñas, que llegaron a media noche con órdenes a los capitanes de incendiar las naves en cuanto hubieran evacuado a sus hombres. 

Baterías flotantes. Imagen tomada de Todo a Babor.

Y aquí sobrevino el desastre. Los marineros que llevaban todo el día combatiendo y apagando los incendios que provocaban las balas enemigas se dejaron llevar por el pánico y tomaron por asalto las embarcaciones. Algunas se sobrecargaron tanto que acabaron hundiéndose. Otras fueron destruidas por las baterías inglesas. Pronto fue evidente que con las que quedaban sería imposible evacuar a todos los marineros. Además, algunos capitanes habían sido demasiado diligentes y habían incendiado sus naves antes de que su tripulación fuera rescatada. A los marineros que seguían a bordo nos les quedó más remedio que saltar al agua para huir del fuego. Muchos perecieron ahogados en las aguas de la bahía, aunque hubo un buen número que fue rescatado por los propios ingleses, que habían enviado varias barcas a inspeccionar las baterías y volvieron cargados de marineros españoles.

Ese fue el fin de los intentos franco-españoles de tomar el Peñón. Aunque el asedio continuó los días siguientes no hubo ningún otro intento de lanzar un ataque a gran escala. La puntilla fue la llegada a la bahía, esquivando a los barcos franceses y españoles, de una flota inglesa al mando del almirante lord Howe. A partir de ahí fueron desapareciendo gradualmente los barcos y soldados franco-españoles hasta que en febrero de 1783 se levantó el asedio.

Así acabó la más seria o, al menos, más prologada acción española para recuperar el istmo de Gibraltar. Unos meses después se firmaría el Tratado de París que consagraba el dominio inglés sobre el peñón, que se convertiría en una fuente de periódicos roces entre España y Gran Bretaña en una situación que ha llegado hasta nuestros días.


Fuentes: El contenido de la entrada sigue la descripción del asedio que realiza John Julius Norwich en El Mediterráneo, un mar de encuentros y conflictos entre civilizaciones. Además, la introducción sobre el origen de la guerra y la importancia del dominio de los mares se basa en Maritime Supremacy and the Opening of Western Mind de Peter Padfield. También puede que se haya colado inadvertidamente algún dato de las páginas sobre el asedio en la Wikipedia española e inglesa (más probable de esta última, que sigue un esquema muy similar al de Norwich). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Qué te ha parecido?

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...