lunes, 9 de julio de 2012

El último truco de Loki II: Un funeral accidentado

En la anterior entrada habíamos dejado a los dioses rodeando incrédulos el cadáver de Baldr, dios de la luz, de lo bueno, lo puro y lo justo. Los dioses culpaban de su muerte a su hermano Hodur, el oscuro, pero lo que ni siquiera Hodur sabía era que detrás del asesinato estaba la mano de Loki, dios del fuego, de los trucos y el engaño, que había logrado escapar sin despertar ninguna sospecha.


Los dioses aún estaban asimilando lo que acababa de ocurrir cuando apareció en la sala una destrozada Frigg. La diosa se desplomó sobre el cuerpo sin vida de su hijo y durante unos instantes en la concurrida sala solo se escucharon sus sollozos.

Entonces Frigg se apoyó en el brazo de su esposo Odín y se volvió hacia el resto de los dioses:

—¿Quién de vosotros, que os llamabais amigos de mi hijo, quién se atreverá a bajar al Helheim a pedir a la diosa de los muertos su precio por dejarle volver entre nosotros?

Los dioses se miraron entre ellos incómodos. Una cosa es estar dispuesto a cederle a un amigo tu mejor escudo para su vida posterior, y otra muy distinta visitar el frío infierno donde penan las almas de aquellos que, por no haber muerto en combate, no tenían derecho a sentarse en el Valhalla.

—¿Nadie? —insistió Frigg—. ¿No hay nadie con el valor para devolverme a mi hijo y ganarse nuestro eterno agradecimiento?

Finalmente fue Hermod, otro de los hijos de Odín y Frigg, quien dio un paso al frente, para alivio del resto de los dioses. Un momento después se encontraba montado en Sleipnir, el caballo de ocho patas de Odín, dispuesto a iniciar su viaje. Mientras, el resto de dioses empezaba a preparar el funeral del Baldr.

Las últimas palabras de Odin a Baldr,
por W.G. Collingwood (Wikipedia).
Llevaron a tierra a Hringhorni, el barco de Baldr, el más grande en surcar nunca el mar, y dispusieron sobre él la pira funeraria, colocando alrededor sus armas, su caballo y otros enseres que le serían de utilidad en su nueva vida. Luego los dioses y muchas otras criaturas que habían amado al dios de la luz pasaron junto a la pira depositando regalos. El último fue su padre Odín, que dejó el famoso anillo mágico Draupnir, que si bien no servía para dominarlos a todos, sí que se dividía en ocho copias idénticas cada nueve noches. Antes de retirarse Odín susurró al oído de su hijo algo que nadie fue capaz de escuchar.

Una vez que todos hubieron presentado sus respetos a Baldr, llegó el turno de despedirse a su esposa Nanna. Pero el pesar de ver por última vez a su amado fue demasiado para el corazón de la diosa, que se desplomó sin vida y fue colocada junto a Baldr para acompañarlo en su último viaje.

La muerte de la bella Nanna terminó de enfriar el ánimo de los numerosos asistentes al funeral. En medio de un ominoso silencio los presentes se dispusieron a empujar el barco sobre el camino de troncos que le llevaría al mar. Una vez allí Thor sería el encargado de bendecir la pira con su martillo Mjöllnir antes de prenderle fuego.

Y aquí empezaron los problemas.

viernes, 6 de julio de 2012

Monopolio por la gracia de Dios

(Entrada publicada originalmente en Un café con Clío.)


Retrato de Alejandro VI
(Rodrigo de Borja o Borgia)
por Cristofano dell'Altissimo
(Wikipedia)
En la Edad Media el alumbre era un mineral muy cotizado, en particular en la industria textil, que lo empleaba para curtir el cuero y fijar tintes. La mayor parte del alumbre que se consumía en Europa provenía de las islas y costas del Egeo. El problema llegó con la expansión turca, que alejó a los europeos de las fuentes de producción y provocó un aumento de los precios.

Así hasta que el papa Alejandro VI (1431-1503) publicó una bula prohibiendo la compra a los infieles. ¿Un intento de cortar las fuentes de financiación a los enemigos de la cristiandad? No. Más bien visión comercial: en 1461 se habían descubierto unas minas de alumbre en Tolfa, que estaba dentro de los Estados Papales.

Desde entonces el Papa hizo lo posible para mantener tan lucrativo negocio en régimen de monopolio, amenazando con excomulgar a los reyes y príncipes que comprasen alumbre en otros lugares, presionando para cerrar las minas de la competencia (incluso con intervenciones militares) y cuando esto último no era posible, incorporando a sus competidores al cartel.

No es de extrañar el afán de Alejandro VI en proteger esta nueva fuente de ingresos teniendo en cuenta los tremendos gastos a los que tenía que hacer frente, causados las continuas guerras en las que se veían envueltos los Estados Papales, unidos a los ambiciosos programas de construcción que llevaba a cabo. Además de proteger el monopolio del alumbre, Alejandro VI no dudó en recurrir a la venta masiva de indulgencias y cargos eclesiásticos (que garantizaban unos ingresos de por vida), lo que ocasionó un gran incremento de los miembros de la Curia, muchos de ellos sin una función definida.

Fuentes:
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