martes, 24 de diciembre de 2013

Villancicos (cuento de Navidad)

Hay una única tarde al año en la que dejo de ser Marcos, Papá o Profesor para volver a ser Marquitos. Es el día de Nochebuena, cuando voy a cantar villancicos con mis amigos al belén de la parroquia. Mi mujer nos llama el "Coro de los Peterpanes" y todos los años insiste que ya estamos un poco talluditos para eso, que va siendo hora de que le dejemos el sitio a los niños del barrio. Yo siempre le contesto que los niños de hoy en día ya sólo saben de Playstations y Facebooks, y que si no vamos nosotros no lo iba a hacer nadie. Aunque los dos sabemos que es sólo una verdad a medias, que si sigo yendo es porque es el único día en que nos volvemos a juntar la antigua panda: Salva, Carlitos, el Juan...

Todo empezó con don Remigio, el cura que nos daba la religión en los Salesianos. Un año le vino la idea de que unos niños cantando podía ser una buena idea para atraer más gente al belén de la parroquia (y, de paso, pedirles que contribuyeran a la campaña de Navidad) y allá que nos llevó a las dos clases de sexto con unas cuantas panderetas y zambombas. No debió de acabar muy convencido cuando no quiso repetirlo al año siguiente. Yo siempre le he echado la culpa a los del A, que cantaban más fuerte a propósito para que no se nos escuchara a los de 6º B, empezando una pelea que se recordó en el barrio durante bastante tiempo. Aunque Carlitos, que era del A, sostiene que todo comenzó porque nosotros habíamos acaparado todas las zambombas. Mi mujer se ríe de que a estas alturas todavía sigamos discutiendo sobre esto, pero claro, ella no puede entenderlo porque en su colegio sólo había una clase por curso.

El caso es que al año siguiente a los de la panda del barrio se nos ocurrió que lo podíamos repetir por nuestra cuenta, y así empezó una tradición que este año cumple tres décadas. En ese tiempo todos hemos ido dejando el barrio y perdiendo el contacto salvo por esta tarde del año en el que volvemos a reunirnos junto al belén.



Esa noche había nevado por primera vez desde que era un chaval. Las calles cubiertas de blanco, las luces, los niños haciendo muñecos y lanzándose bolas de nieve... todo parecía haberse confabulado para montar un escenario de película navideña que acompañase los treinta años del coro. Aunque lo que de verdad hizo aquel día inolvidable fue que, después de no saber nada de él desde los ochenta, el Luisma volvió para cantar con nosotros.

Lo vimos cuando nos acercábamos desde la cafetería donde solíamos quedar. Nos costó un poco reconocerlo. Yo creo que no nos lo terminamos de creer hasta que, después de que le preguntara si era de verdad era él, me contestó:

—¡Pues claro, Carahuevo! ¿Quién iba a ser si no? ¿Papá Noel?

Nadie me había vuelto a llamar Carahuevo desde hacía más de veinte años. Fue Salva el único que tuvo presencia de ánimo para decir lo que todos estábamos pensando:

—Joder, Luisma, estás igual.

No se trataba de una frase para quedar bien. Delante de nosotros, con su sonrisa socarrona y su perpetua expresión de estar maquinando alguna nueva trastada, estaba el mismo Luis Manuel de dieciséis años al que no habíamos vuelto a ver desde que su familia hiciera las maletas y dejara la ciudad.

—No como tú, que se te nota la buena vida —la aparición señaló la barriga de Salva, que dio un respingo hacia atrás—. Bueno, ¿es que pensáis quedaros allí toda la tarde? ¿Cantamos o qué?

—Es que nos ha sorprendido volver a verte así, de repente —logré articular—. ¿Dónde has estado todo este tiempo?

—Pues arriba y abajo, por ahí —dijo haciendo un gesto con el brazo como abarcando una gran cantidad de sitios. Luego volvió a sonreírnos—. Sabéis, todas las navidades me acordaba del coro y me moría de ganas de cantar con vosotros. Y cuando caí que este año era el treinta aniversario me dije, yo no me voy sin ver a la panda una última vez.

Esta vez fue Juan el que se atrevió a poner palabras a nuestros pensamientos:

—¿A dónde te vas?

—Pues arriba y abajo, ya os lo he dicho —respondió poniendo cara de aburrido. 

Dudo que hubiéramos podido sacarle algo más de haber tenido la oportunidad. En cualquier caso en ese momento apareció don Miguel, un cura joven al que habían destinado a la parroquia hace unos años, para avisarnos de que ya había gente esperando y llevarnos junto al belén.

Cuando llegamos a nuestro sitio todos intentamos evitar colocarnos junto a Luisma, que ajeno a nuestro nerviosismo se plantó entre Salva y yo echándonos un brazo por encima a cada uno mientras decía:

—Joder, esto es de verdad como en los viejos tiempos.

Durante la primera canción ni Salva ni yo dimos pie con bola, incapaces de pensar en otra cosa que en ese brazo sobre nuestros hombros, que no estaba helado ni parecía dispuesto a atravesarnos como yo había supuesto. El resto no dejaba de lanzarnos miradas furtivas esperando que el Luisma desapareciera de pronto, que nosotros dos nos cayésemos muertos o qué se yo.

Un par de villancicos después, cuando Luisma ya había cambiado de sitio, Salva aprovechó una pausa para enseñarme la foto que había hecho con el móvil:

—Mira, aquí está.

—Ya lo veo, ¿y qué?

—Pues que sale en la foto. Se supone que no debería, ¿no?

—Y yo que sé. ¿Eso no son los vampiros?

Y los dos miramos hacia Luisma que nos sonrió sin que viéramos asomar ningún colmillo.

Fue probablemente nuestra peor actuación desde aquella primera vez en sexto. Hasta don Miguel debió darse cuenta de que algo raro pasaba porque se puso a cantar con nosotros, cosa que nunca había hecho antes. Pero ya fuera por la fuerza de la costumbre o porque uno acaba acostumbrándose a todo, lo cierto es que poco a poco acabamos entrando en calor y los últimos villancicos acabaron saliéndonos bastante bien. Incluso llegué a comentarle a Salva que se dejara de sacar fotos y disfrutase que por una vez volviésemos a estar todos juntos.

Cuando terminamos don Miguel se despidió de nosotros y nos quedamos mirándonos unos a otros sin saber muy bien qué hacer. Fue precisamente Luisma el que rompió el hielo:

—Ha estado genial, tenemos que repetirlo alguna vez.

—No te preocupes —le respondí en seguida. Y, sin pensarlo mucho, añadí—. Suerte en tu viaje. Espero que vayas a un lugar mejor y...

Pero no fui capaz de terminar. Me interrumpió la carcajada de uno de los visitantes del belén, un tipo literalmente doblado en dos de la risa, que a duras penas lograba decir:

—¡A un lugar mejor! —nueva carcajada—. Marquitos, eres la ostia.

Y mientras nos quedábamos mirándolo embobados el hombre se quitó el gorro y la bufanda que ocultaban los rasgos del Luisma. Un Luisma canoso, de ojillos hundidos, y con un buen puñado de arrugas que se hacían aún más marcadas por la sonrisa que le llenaba toda la cara, la misma sonrisa que habíamos visto una y otra vez de niños cada vez que nos gastaba una de sus bromas.

—Creo que ya conocéis a mi chaval —dijo echándole un brazo por encima al chico que había cantado con nosotros—. Todo el mundo dice que se me parece un montón.

Y como nadie decía nada, continuó:

—Venga, os invito a tomar una cervecita, y así podemos ver la actuación, la he grabado entera.

Yo fui el primero en reaccionar, articulando la única respuesta válida en estas circunstancias y estampándole una bola de nieve en plena cara.



—Vaya pinta traes. ¿Ha ido bien la tarde? —me preguntó mi mujer al entrar en casa.

—La verdad es que sí, nos hemos reído mucho —y, mientras me quitaba el abrigo empapado de barro y nieve sucia, añadí—. Ha venido el Luisma. El mamón estaba igual que siempre.

FIN

sábado, 21 de diciembre de 2013

¿Por qué debería morirme?

Después de haber interrumpido por un tiempo su lectura para documentarme para la próxima entrada del blog, he vuelto a The Rise and Fall of the British Empire de Lawrence James, donde he encontrado esta simpática anécdota. Se refiere al rodaje de Las cuatro plumas (1939), de Zoltan Korda. El gobierno era consciente de la importancia de películas que diesen una buena imagen del Imperio, así que 
"... las autoridades sudanesas prestaron a Korda 4.000 askaris [soldados nativos] y el East Surrey Regiment para la espectacular recreación de la batalla de Omdurman que marcaba el clímax de Las cuatro plumas. El gobierno sudanés también ayudó a conseguir un gran número de guerreros Hadanduwa (Fuzzy-Wuzzies), que añadieron un llamativo toque de autenticidad a las secuencias bélicas. Según una información sobre la película que apareció en el Picture Post, fue difícil convencer a estos orgullosos hombres de que muriesen. Uno preguntó: '¿Por qué debería morirme? ¡Yo luché en la auténtica batalla de Omdurman y no morí!' Finalmente fue persuadido de que una muerte cinematográfica no era motivo de vergüenza  y accedió."

La batalla de Omdurman en Las cuatro plumas (fuente).

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Más cornás da la enfermedad que el enemigo

Como habréis deducido de mi anterior entrada, estos días estoy leyendo The Rise and Fall of the British Empire, de Lawrence James. Me han llamado mucho la atención las siguientes líneas sobre los problemas de la Royal Navy durante la Guerra de los Siete Años (1756-1763):
"...la armada necesitaba encontrar y mantener marineros para servir en sus barcos, muchos de los cuales debieron hacerse a la mar sin sus dotaciones completas. El mayor problema eran las bajas: de 70.000 hombres reclutados entre 1756 y 1759, 12.700 desertaron y una cantidad ligeramente mayor fallecieron por enfermedad. En contraste, 143 murieron como consecuencia de enfrentamientos con el enemigo entre 1755 y 1757."

domingo, 10 de noviembre de 2013

Si vas a Virginia llévate una rebequita (y algo de tabaco)

Estamos en Inglaterra, a comienzos del siglo XVII. En 1604 se firmó la paz con los españoles dejando un montón de emprendedores ociosos en busca de una nueva empresa en la que embarcarse. ¿Y qué mejor oportunidad que empezar una nueva vida al otro lado del océano? En abril de 1607 un primer contingente de 105 colonos embarca bajo la bandera de la recientemente fundada Compañía de Virginia bajo la promesa de encontrar la prosperidad en una fértil tierra con un agradable clima templado.

Jamestown, fundado por los colonos de la Compañía de Virginia, fue el primer asentamiento británico permanente en Norteamérica.

Un momento, ¿clima templado en Virginia? Posiblemente fuera exagerar un poco para un lugar donde se alcanzan 30º C en verano y -3º C en invierno. Y si además llegaba un invierno especialmente duro, como el de 1609-10, no era de extrañar que alguno de ellos llegara a afirmar que preferiría perder los miembros y mendigar en las calles de Londres antes que permanecer en Virginia.

Podríamos sospechar que nos encontrábamos con un temprano caso de publicidad engañosa, y que tal vez los miembros de la Compañía de Virginia habían exagerado un poco con vistas a conseguir voluntarios. Sin embargo no era así, y sus gestores estaban tan decepcionados como los propios colonos. La causa fue el conocimiento aún incompleto de los mecanismos del clima.

El error había sido suponer que, al compartir Virginia la misma latitud que España, ambos territorios debían tener un clima similar. De hecho los planes para la colonia eran desarrollar cultivos mediterráneos que permitieran reducir las importaciones de la metrópoli de Francia y España. Incluso se llegó a elaborar un plan para plantar olivos.

Glade-creek-west-virginia-winter-snow-pub - West Virginia - ForestWander
Invierno en Virginia. No sé, no termino yo de ver aquí los olivos (Fotografía de ForestWander. Wikipedia)

Ante estas cicunstancias no debería extrañarnos que en 1624 la Compañía de Virginia acabara disuelta. Y sin embargo la culpa no fue de la mala planificiación inicial, sino por disputas entre los inversores y a que el rey Jacobo I le retirara su favor descontento por la tendencia de la colonia hacia el gobierno popular.

De hecho cuando se disolvió la compañía Virginia iba camino de convertirse en uno de los territorios más prósperos de la corona británica, gracias a la apuesta por un nuevo cultivo que sí se adaptaba perfectamente a su clima y terreno: el tabaco. Fueron las plantaciones de Virginia las que consiguieron convertir un artículo de lujo en un producto popular. El éxito fue tan grande que al llegar el cambio de siglo el 20% de los impuestos por aduanas de Inglaterra provenían del tabaco (a pesar de que una de las cosas que Jacobo I le echara en cara a la Compañía de Virginia fue el iniciar el cultivo de aquel producto maloliente).

Este formidable aumento de plantaciones de tabaco requería una considerable mano de obra, más de la que podía encontrarse en la colonia. La solución fue importar convictos de la metrópoli: vagos, maleantes, prisioneros de las guerras civiles y rebeldes capturados en las insurrecciones de Escocia e Irlanda. Estos trabajadores forzosos podían llegar a ser comprados por entre 15 y 20 libras y después unos años de labor se les condecía la libertad, tras lo cual algunos decidían empezar una nueva vida en Virginia.

A pesar de que este sistema de trabajos forzados se fue haciendo cada vez más popular, acabó revelándose insuficiente para las demandas de las plantaciones, desembocando en el inicio del comercio de esclavos africanos en Norteamérica.

1670 virginia tobacco slaves
Esclavos trabajando en una plantación de tabaco de Virginia en 1670 (Wikipedia).

Fuentes:

lunes, 28 de octubre de 2013

En la víspera de noviembre, de Lady Wilde (leyenda irlandesa)

November Eve es una de las leyendas incluidas en Ancient Legends, Mystic Charms, and Superstitions of Ireland, de Lady Francesca Wilde (1821 - 1896). La traducción la he hecho yo mismo y aquí podéis encontrar su versión original. 




Fairy song
A fairy song, illustración de Arthur Rackham.
Se considera una muy mala idea entre los habitantes de la isla salir durante la víspera de noviembre a ocuparse de cualquier asunto, pues es cuando las criaturas mágicas tienen sus reuniones y no les gusta que las vean o las observen. Y todos los espíritus acuden junto a ellas y les ayudan. Pero los mortales deben quedarse en en casa, o sufrir las consecuencias, pues las almas de los muertos tienen poder sobre todas las cosas en esa noche del año, y celebran una fiesta con las hadas y beben vino tinto de las copas de las hadas, y bailan la música de los duendes hasta que la luna se oculta.

Hubo un hombre de pueblo que se quedó hasta tarde una víspera de noviembre pescando, y no pensó en duendes hasta que vio un gran número de luces agitándose, y una multitud pasando deprisa con cestas y sacos, todos riendo y cantando y divertiéndose mientras marchaban.

—Sois una alegre pandilla —dijo—, ¿hacia dónde os dirigís?

—Vamos a la feria —dijo un pequeño anciano que llevaba un elegante sombrero con una cinta dorada alrededor—. Ven con nosotros, Hugh King, y tendrás la más deliciosa comida y la más deliciosa bebida que hayas visto jamás.

—Y llévame esta cesta —dijo una pequeña mujer pelirroja.

Así que Hugh la agarró y fue con ellos hasta que llegaron a la feria, que estaba abarrotada con una multitud como no había visto en la isla en toda su vida. Y bailaban y reían y bebían vino tinto en pequeñas copas. Y había flautas, y arpas, y pequeños zapateros arreglando zapatos, y las cosas más hermosas del mundo para comer y beber, como si estuvieran en el palacio de un rey. Pero la cesta era muy pesada, y Hugh estaba deseando dejarla y poder ir a bailar con una pequeña belleza de largo pelo rubio que reía frente a él.

—Bueno, deja aquí la cesta —dijo la mujer pelirroja—, ya que veo que estás muy cansado —y la cogió y quitó su tapa, y de ella salió un pequeño anciano, el duende más feo y contrahecho que imaginarse pueda.

—Ah, gracias, Hugh —dijo el duende educadamente—, por haber cargado conmigo tan bien. Soy de miembros débiles, de hecho no tengo nada que pueda llamarse piernas. Pero te pagaré bien, mi buen amigo. Acerca las manos —y el pequeño diablo dejó caer sobre ellas oro, oro y más oro, brillantes guineas doradas—. Ahora vete —le dijo— y bebe a mi salud, y pásalo bien, y no tengas miedo de nada que veas u oigas.

Y le dejaron solo, salvo por el hombre con el sombrero elegante y el fajín rojo alrededor de su cintura.

—Espera un poco —dijo—, pues el rey Finvarra y su esposa se acercan a ver la feria.

Según hablaba se escuchó el sonido de un cuerno, y apareció un carruaje tirado por cuatro caballos blancos, y de él bajó un espléndido y solemne caballero vestido completamente de negro y una hermosa dama con un velo plateado sobre su cara.

—Este es el mismísimo Finvarra y la reina —dijo el pequeño anciano. Pero Hugh estuvo a punto de morirse el susto cuando Finvarra preguntó:

—¿Quién ha traído a este hombre?

Y el rey frunció el ceño y le miró tan sombriamente que Hugh casi se desmayó de miedo. Entonces todos rieron y rieron tan alto que todo pareció temblar y agitarse con el sonido de las risas. Y los bailarines se acercaron y bailaron alrededor de Hugh, e intentaron cogerle de las manos y hacerle bailar con ellos.

—¿Sabes quienes son estas gentes, y los hombres y mujeres que bailan alrededor tuya? —preguntó el anciano—. Míralos bien, ¿los habías visto antes?

Y cuando Hugh miró vio una muchacha que había muerto el año anterior, y luego otro y otro de sus amigos que sabía que habían muerto hacía mucho, y entonces vio que todos los bailarines, hombres, mujeres y muchachas, eran los muertos en sus largos sudarios blancos. E intentó escapar de ellos, pero no pudo, porque se arremolinaron a su alrededor y bailaron y rieron y lo agarraron por los brazos, e intentaron arrastrarlo al baile, y sus risas parecían atravesar su cerebro y matarlo. Y cayó ante ellos, como atrapado por el sueño, y no supo nada más hasta que le encontraron a la mañana siguiente acostado dentro del círculo de piedra de un fuerte de las hadas sobre la colina. Era evidente que había estado entre criaturas mágicas, nadie podía negarlo, ya que sus brazos estaban negros por el toque con las manos de los muertos cuando habían intentado arrastrarlo al baile. Pero ni una pizca del oro rojo que le había dado el pequeño diablo pudo encontrarse en su bolsillo. Ni una sola moneda dorada. Todo se había perdido para siempre.

Y Hugh regresó triste a su casa, porque ahora sabía que los espíritus se habían reído de él y lo habían castigado por haber molestado sus celebraciones de la víspera de noviembre, esa noche entre todas las del año en que los muertos pueden dejar sus tumbas y bailar a la luz de la luna sobre la colina, y los mortales deben quedarse en casa y no atreverse nunca a contemplarlos.


FIN

miércoles, 23 de octubre de 2013

El barco de los gigantes

Una tradición de Frisia del Norte cuenta que los gigantes también poseían una nave colosal, llamada Mannigfual, que navegaba constantemente alrededor del Océano Atlántico. Tal era el tamaño del barco que se decía que el capitán recorría su cubierta a caballo. El aparejo era tan extenso y los mástiles tan altos que los marineros que subían como jóvenes bajaban convertidos en hombres canosos, tras descansar y alimentarse en habitaciones dispuestas y aprovisionadas para este fin entre los enormes aparejos y poleas.

Por algún percance sucedió que el piloto una vez dirigió esta inmensa nave hacia el Mar del Norte, y queriendo regresar al Atlántico lo antes posible, pero sin atreverse a dar la vuelta en un espacio tan pequeño, puso rumbo hacia el Canal de Inglaterra. Imaginad la consternación general a bordo cuando vieron hacerse el paso más y más estrecho conforme avanzaban. Cuando llegaron al punto más estrecho, entre Calais y Dover, apenas parecía posible que el buque, llevado por la corriente, fuera capaz de forzar su paso. El capitán, con gran presencia de ánimo, ordenó rápidamente a sus hombres que enjabonaran los lados del navío, añadiendo una capa extra a estribor, donde se alzaban amenazantes los escarpados acantilados de Dover. Apenas se habían terminado de cumplir sus órdenes cuando el navío entró en el estrecho corredor y, gracias a las precauciones del capitán, se deslizó a través suya sin peligro. Sin embargo las rocas de Dover rascaron tanto jabón que desde entonces han permanecido blancos, y las olas que rompen contra ellas todavía tienen una particular apariencia espumosa.

Kriedefelsen an Englandküste
Acantilados blancos de Dover, fotografía de By JoyMamaMohrle (Own work) [CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], via Wikimedia Commons.
Fuente: El texto es una traducción propia de un fragmento de Myths of Northern Lands de H.A. Guerber.

domingo, 8 de septiembre de 2013

El horror: las manos amputadas del Congo

El siglo veinte tiene el dudoso honor de haber sido testigo de dos guerras mundiales y varios genocidios. Su mismo nacimiento tuvo lugar mientras se desarrollaba uno de los más terribles y poco recordados: invisibles para el mundo civilizado, millones de personas fueron asesinadas o desplazadas en un proceso que dejó despobladas extensas zonas en el corazón de África.

Este genocidio no fue causado por guerras, odios tribales o enfrentamientos religiosos, sino por pura y simple codicia. La devastadora avaricia del hombre blanco dispuesto a cobrarse cuantas vidas fueran necesarias para engordar un poco más su cuenta de beneficios, en un expolio que mostraría la verdadera imagen de quien hasta ese momento había sido considerado como ejemplo de filantropía.


Un país convertido en negocio 

 

Leopold II of Belgium
Leopoldo II de Bélgica (Pulsar sobre
las fotografías para acceder a las fuentes).
La Conferencia para el África Occidental que se clausuró en Berlín en 1885 supuso el nacimiento de una anomalía histórica: en sus conclusiones las potencias acordaban ceder la mayor parte de África central a un ente abstracto, la recién creada Asociación Internacional de África, con la condición de que dedicase su administración a luchar contra el comercio de esclavos y establecer una zona de libre comercio. Era notorio que la Asociación Internacional de África no era más que un eufemismo tras el que se escondía el rey Leopoldo II de Bélgica. Su reconocimiento era el colofón a una década de esfuerzos en la que el monarca había sabido utilizar con maestría la desconfianza entre las distintas potencias hasta lograr su sueño de ser coronado rey soberano de un Estado Libre del Congo que él mismo había inventado.

Si Leopoldo II había logrado llegar hasta ahí fue gracias a la combinación de una mente excepcionalmente dotada para la intriga junto con una de las mayores fortunas personales de Europa. Una fortuna que empezaba a dar muestras de agotamiento. El rey estaba descubriendo algo que pronto aprenderían el resto de países que participaron en el reparto de África: por muy promisorios que parecieran los nuevos territorios el coste de establecer una nueva administración (funcionarios, caminos, puentes, puestos militares...) superaría durante muchos años los posibles beneficios.

Latex dripping
Extracción del látex.
El rey se vio obligado a solicitar créditos cada vez mayores en un camino imparable hacia la bancarrota cuando, como si de una obra de ficción se tratase, su salvación apareció en el último momento de manera totalmente inesperada. En 1891 Édouard Michelin patentó un nuevo modelo de neumático que desató una auténtica fiebre del caucho, un material que se extraía a partir de la savia de ciertas especies de plantas, algunas de las cuales se encontraban fácilmente en la cuenca del Congo.

Leopoldo II vio en el caucho la oportunidad de recuperar su maltrecha fortuna. Para eliminar posibles competidores promulgó un edicto por el que el Estado pasaba a ser propietario de todos los recursos en su territorio, prohibiendo su venta salvo al propio Estado y a los precios que éste fijase. Todo el país se convertía así en un gigantesco monopolio con sus ciudadanos reducidos a la categoría de trabajadores forzosos.

martes, 2 de julio de 2013

De cómo Leopoldo II se hizo con el corazón de África

Reparto colonial de África en 1914
Reparto colonial de África en 1914.
Imagen tomada de How Stuff Works.
Mirad un momento el mapa de la derecha. Los colores indican el reparto de África por las potencias europeas justo antes de la I Guerra Mundial. Predominan el rosa y el verde de Gran Bretaña y Francia, respectivamente, junto algunos toques de amarillo (Alemania), verde oscuro (Portugal) y otros colores menos importantes.

Y en pleno corazón de África nos encontramos con una anomalía, una mancha de color marrón claro que ocupa gran parte de África central y que, según la leyenda, corresponde a Bélgica. Una de las zonas más ricas del continente en manos de un país de segunda fila.

Pero esto, aunque extraño, no es lo más curioso. Lo realmente sorprendente es en su origen el gobierno de este inmenso territorio no correspondía a Bélgica como país. Durante años el Congo fue la posesión de una única persona, una finca de miles de kilómetros cuadrados que gobernaba sin dar cuentas a nadie.

Esta es la historia de cómo esta anomalía se hizo posible y cómo el rey Leopoldo II de Bélgica logró engañar y manejar a los mayores poderes de su época hasta hacerse con el corazón de África central.


domingo, 16 de junio de 2013

La gran carrera por el Congo

Mapa de África en 1874
África en 1874 (fuente).
Pincha en la imagen para ver a tamaño completo.
En 1876 era muy poco lo que se conocía del interior de África. Las clases cultas europeas se asombraban con los relatos de valientes exploradores que pugnaban por llenar los espacios en blanco de los mapas, mientras sus gobiernos mostraban escaso interés en ella más allá de su fachada mediterránea y algunos puestos comerciales que jalonaban la ruta hacia oriente. Entonces algo cambió, el continente ignorado pasó a protagonizar las reuniones de las cancillerías europeas, a ser el tema de conversación en los cafés, arrastrando a las principales potencias a una carrera por hacerse con la mayor cantidad de territorio posible en una competición que inflamaría de patriotismo a las masas y agitaría el fantasma de una guerra.

¿Qué sucedió en esos años para cambiar tan radicalmente la historia del continente? La respuesta es compleja, pero entre el amasijo de causas destaca una figura cuya ambición contribuyó a poner en marcha fuerzas que luego nadie sería capaz de detener. Una mente calculadora, un especialista de la diplomacia y la simulación que lograría engatusar a gobiernos y opinión pública por igual, y cuya imagen acabaría asociada a las mayores atrocidades. Esta es la historia de Leopoldo II de Bélgica, y de cómo su sueño provocó una carrera entre dos grandes exploradores cuyo nombre quedaría ligado por siempre a la historia del continente, una carrera cuyo premio era una tierra de riquezas sin fin en pleno corazón de África.

Bienvenidos a la gran carrera por el Congo.

lunes, 27 de mayo de 2013

Vientos de guerra y jazz

Recientemente he descubierto el programa musical La madeja de Radio 3 y me he vuelto asiduo de sus podcasts. En uno de los más antiguos, dedicado a Nueva Orleans, he encontrado un curioso comentario que relaciona el esplendor del jazz en la ciudad nada menos que con el desastre del 98. Os lo trascribo a continuación, aunque también podéis escucharlo aquí a partir del minuto 9:42 (y, de paso, podéis disfrutar de la música que lo acompaña).

"Decíamos que Nueva Orleans es la patria del jazz, y es cierto. Lo que resulta menos conocido es la relación entre el jazz y el desastre del 98, con la pérdida de Cuba para la corona española. Según cuenta el propio Armstrong en sus memorias, en la primera década del siglo veinte era fácil conseguir cornetas y trompetas de segunda mano en las tiendas de empeño de Nueva Orleans. De hecho su primer instrumento, siendo todavía un niño, fue una de las famosas cornetas de "¡A dólar!". ¿Y de dónde salían aquellas cornetas? Pues resulta que tras haber hundido a la flota española en Cuba, la armada norteamericana licenció a buena parte de la marinería, que se vio ociosa en el puerto militar de la zona: Nueva Orleans, tierra de grandes alegrías, buen beber y mejores burdeles. Tras pulirse su paga, muchos miembros de las bandas de música castrense acabaron empeñando los instrumentos, y así los músicos negros del lugar tuvieron acceso a trompetas y demás vientos a buen precio, hasta entonces fuera de su alcance."

The Superior Orchestra. Nueva Orleans, 1910 (Wikipedia Commons)

miércoles, 15 de mayo de 2013

La nuera y la muerte

Hoy os traigo una curiosa (y breve) leyenda de la mitología Banyarwanda, que culpa de la existencia de la muerte en el mundo a una nuera de mal corazón. La encontré en el ebook El origen del mundo - Las Culturas Del África Subsahariana (hay más datos sobre la autoría en la nota al final de la entrada).


"En la mitología de los banyarwanda el dios creador y el apoyo de toda la gente banyarwanda fue Imana, visto como un dios generoso y piadoso. Los banyarwanda vivían en los viejos distritos de Ankole y Kigezi, bordeando Ruanda. Su territorio es muy montañoso y frío. Él gobernó sobre todos los seres vivos y les dio la inmortalidad, dando caza a un ser conocido como «Muerte». Según cuenta la leyenda banyarwanda, la Muerte era un animal salvaje y despiadado que representaba el estado de la muerte. Mientras Imana estaba de caza, todo el mundo se resguardaba o escondía, de manera que la Muerte no encontrase a nadie a quien cazar o en quien refugiarse. Pero un día, mientras cazaba, una anciana se arrastró hasta su huerto para recoger algunas verduras. La Muerte se escondió rápidamente bajo su piel y fue conducida al interior de la casa de la mujer, escondida en ella. La mujer murió por culpa de la Muerte. Tres días después del funeral de la anciana, su nuera, que la odiaba, vio grietas donde había sido enterrada, como si fuese a salir y volver a la vida. La chica rellenó las grietas con más tierra, golpeó el suelo con un pesado mortero y gritó: «¡Quédate muerta!». Dos días después, hizo lo mismo al ver más grietas en la tumba de la difunta. Tres días más tarde no había ninguna grieta donde verter tierra. Esto significó el final de la posibilidad para el ser humano de volver a la vida. La Muerte se había convertido en algo siempre presente. Otra leyenda dice que Imana castigó a la mujer dejando que la muerte viviera con el hombre."

Matt Hudson.



Nota:  El ebook de donde he sacado la leyenda es uno de los que venían preinstalados en un lector Papyre que se compró mi santa. En total eran siete libros breves, cada uno dedicado a la cosmogonía de una serie de pueblos distintos, todos ellos de autor anónimo. La verdad es que me extrañaba que alguien se molestase en recopilar leyendas de diversas partes del mundo y no dejase su nombre (ni, por supuesto, sus fuentes). 

Al buscar más información sobre la leyenda encontré una página dedicada a Imana en la Wikipedia en inglés, que reproducía casi exactamente el mismo texto que acabáis de leer atribuyéndoselo a Matt Hudson (de hecho he aprovechado para cambiar algunos términos que no habían quedado bien en la traducción original). Desgraciadamente no he sido capaz de encontrar mas información sobre este autor, ni de determinar si no sólo el texto es suyo, sino si también es el autor de todo el ebook, o incluso de toda la serie.

No sé si los creadores de Papyre seguirán incluyendo estos libros en sus modelos, pero me parece una gran falta de consideración hacia sus autores que los incluyan como anónimos y no citen las fuentes de los textos.

viernes, 26 de abril de 2013

Un día es un día

00:04 ... 00:03 ... 00:02 ... 00:01 ...

El zumbido le despertó de un sueño que no era consciente de haber empezado. Miró a su alrededor, desubicado. Frente a él una pantalla de televisión mostraba el mensaje:


TIEMPO AGOTADO
INTRODUZCA EFECTIVO/TARJETA PARA OBTENER TIEMPO EXTRA


Fijó los ojos en el monitor, con la boca entreabierta y un hilillo de baba en el borde de los labios. En seguida las piezas se colocaron en el orden correcto en su cabeza y sonrió. Volvió la cabeza sin levantarse del sofá preguntando:

—¿Qué ha pasado al final con la rubia? ¿Ha conseguido...?

Se interrumpió. Su mujer dormía en la cama, todavía apoyada sobre el almohadón que había doblado para ver mejor la tele. Esta se ha enterado todavía de menos que yo, pensó mientras se limpiaba la comisura de la boca.

Miró hacia el lateral de la cama. Allí estaba ella: Carmen Con lo bonito que era Esperanza, como su abuela Riego Vera, tres kilos cuatrocientos cincuenta gramos, seis, no, siete ¿Tanto había dormido? horas de vida.

Se levantó con un crujido de espalda Estoy viejo. Pues prepárate ahora y bordeó la cama para acercarse a la cuna. Carmen descansaba sobre el costado, con una mantita enrollada junto a la espalda para evitar que se girase. Los ojos habían perdido la hinchazón del parto y tenía la naricilla ligeramente fruncida Preciosa. Muy lentamente alargó una mano para acariciarle la pelusilla de su cabeza, evitando con cuidado la fontanela. Todavía me da un poco de repelús.

El zumbido del televisor, a los cinco minutos exactos del que le había despertado, le sorprendió. Con un respingo retiró la mano de la cabeza de su hija y se volvió hacia el origen del ruido. En la pantalla continuaba el mismo mensaje, que ahora empezaba a parpadear.


TIEMPO AGOTADO
INTRODUZCA EFECTIVO/TARJETA PARA OBTENER TIEMPO EXTRA


Bueno, y yo ahora qué hago. Se le había pasado el sueño. Miró el reloj, luego otra vez la pantalla. Rebuscó en su bolsillo. Poca cosa: algunas monedas pequeñas, un billete de cincuenta y la tarjeta de acompañante que le habían dado al entrar al hospital. Pensó en comprar un poco más de tiempo, lo suficiente para terminar de ver el programa y saber quién pasaba a la final. No es que le importase mucho, pero seguro que a ella le gustaría saberlo mañana. Y quizás entre tanto se despertase la pequeña y pudiera cogerla un rato, dársela para que tomase el pecho o llevarla a cambiar el pañal si hacía falta.

Aunque se imaginaba lo que le diría si despertaba y lo veía allí. Esto no es lo que habíamos hablado. No podemos permitirnoslo, tienes que descansar un poco o si no mañana estarás hecho un trapo. No están las cosas como para faltar un día. Y tendría razón. Pero una cosa es tener razón en el salón de tu casa y otra muy distinta teniendo delante a esa pequeña cosita sonrosada y completamente adorable.

Bueno, sólo un ratito, por una hora no va a decirme nada. 

Las monedas no daban para nada. Se asomó al pasillo desierto buscando una máquina de cambio. No. Recordó haber visto una en la planta baja. Dio un par de pasos hacia el ascensor, se giró, volvió hacia el ascensor, se detuvo de nuevo. Miró al billete que aún sostenía en la mano ¡Qué leches, un día es un día! y regresó a la habitación.

Metió el billete en la ranura, pulsó aceptar y la pantalla volvió a cobrar vida en medio de un aplauso del público. De nada. Con una sonrisa apagó el televisor y volvió junto a la cuna. De nuevo le llamó la atención el tamaño de su mano junto a la cabecita de su hija. De algún lugar en su memoria brotó el principio de una canción de cuna y estuvo largo rato cantando, muy bajito, apenas despegando los labios, sin dejar de mirarla. Cuando empezó a sentir sueño regresó al sillón y se acomodó cubriéndose como mejor pudo con la exigua sábana.

Antes de cerrar los ojos se giró para lanzar un beso a su mujer Todo va a ir bien. Lo peor ya ha pasado, lo ha dicho el gobierno. En unos meses empezamos el 2015 y todo irá mejor, ya verás.

En la pared, ignorado por los tres durmientes, el monitor seguía desgranando su cuenta atrás:


DISPONE DE 4 HORAS 47 MINUTOS
PUEDE ADQUIRIR TIEMPO EXTRA COMO ACOMPAÑANTE CON EFECTIVO O TARJETA

GRACIAS POR ELEGIR LA SANIDAD PÚBLICA
GOBIERNO DE ESPAÑA

martes, 16 de abril de 2013

Overbooking

Hoy os traigo una historia real que me contó un amigo de su protagonista hará unos quince años. Con el tiempo he ido olvidando la mayoría de los detalles, dejando sólo sus hechos más relevantes. Es una de esas anécdotas que nos enseñan lo inútil que es aventurar dónde estaremos dentro de unos años y que lo único que podemos saber de nuestro futuro es que aún no ha sucedido.

Fotografía de EclatDusoleil. Vía  morgueFile.

La historia, tal y como la contaron, empieza en un aeropuerto de la costa este de Estados Unidos. Allí una joven pareja espera el avión que los lleve de vuelta a casa. No recuerdo si el viaje había sido de negocios o placer, pero no debían tener ganas de acabarlo porque, cuando anunciaron que su vuelo sufría overbooking, decidieron presentarse voluntarios para quedarse en tierra.

La compañía les ofreció volver a España al día siguiente, pagándoles la noche en un buen hotel y creo que una aún mejor cena. Cuando embarcaron al día siguiente, además de la alegría por ese pequeño tiempo extra, también llevaron consigo unos vales de viaje por cuenta de la aerolínea.

No sé cuánto tiempo pasó desde que el deseo de prorrogar un viaje juntos se convirtió en la imposibilidad de seguir compartiendo la vida. En cualquier caso, no más de lo que tarda en caducar el regalo de una línea aérea. Buscando tal vez dejar atrás los recuerdos o tomar aire antes de seguir adelante, ella pensó que aquel era el momento para disfrutar en soledad del viaje que no habían llegado a hacer juntos.

No recuerdo el motivo de la elección, ni si llegaron a contármelo. Quizás siempre había querido ir allí. Es posible que teniendo todo el mundo a su disposición no pudiera evitar caer en el cliché de dejar caer su dedo sobre una bola del mundo en pleno giro. O tal vez fue el aire de lejanía y misterio de su nombre lo que le hizo acabar en la Patagonia.

De lo que podemos estar casi seguros es que cuando hizo las maletas no pensó que haría amistad con un guía de uno de los barcos que llevan turistas a ver cetáceos, que se enamorarían y que acabaría viviendo con él y ayudándole en su trabajo de fotógrafo submarino, a un mundo de distancia de su antiguo hogar y de aquel aeropuerto donde, sin ser consciente, había dado el primer paso hacia una nueva vida.

Fotografía de Mathew Hull. Vía morgueFile.

martes, 2 de abril de 2013

Ya no hay alumnos como los de antes

"Se ha perdido el espíritu de trabajo", "no hay cultura del esfuerzo"... son frases que suelen escucharse cuando se habla de educación. Sin querer entrar en debates, hay que reconocer que algo de razón tienen si nos comparamos con la situación de hace algunos años. 468 para ser exactos. Esta era la descripción que hacía el magistrado y diplomático Enrique de Mesmes de su rutina en la universidad de Toulouse:

"Estábamos en pie a las cuatro de la mañana y después de haber rezado una oración, íbamos a clase a las cinco, con nuestros grandes libros bajo el brazo, nuestras escribanías y candelas en la mano. Sin interrupción, teníamos varias clases hasta las diez. Después de emplear media hora en corregir nuestros apuntes, comíamos. Luego leíamos, como diversión, fragmentos de Sófocles, Aristófanes o Eurípides, y, algunas veces, de Demóstenes, cicerón, Virgilio y Horacio. A la una, a clase; a las cinco a casa, a repasar nuestras notas y fijar de nuevo nuestra atención en los pasajes citados en clase. Ello nos ocupaba hasta pasadas las seis. luego cenábamos y leíamos griego o latín."

Todo el trabajo anterior todavía podía ser sólo una parte del total. Era habitual que los alumnos con menos recursos se pagasen la universidad ejerciendo durante su estancia allí de criados de sus compañeros más pudientes.

Por cierto, Enrique de Mesmes ingresó en la universidad en 1545... con catorce años.


Fuente: Los siglos XVI y XVII, de Roland Mousnier, de la serie Historia general de las civilizaciones, colección Destinolibro. Ed. Destino.

sábado, 23 de marzo de 2013

El museo más triste

Hace tres meses volví a hacerme el propósito de mejorar mi inglés (era año nuevo y tocaba). Así que arramblé con todos los podcast que se me pusieron a tiro en la web de la BBC, creé una carpeta en mi reproductor de MP3 y... bueno, digamos que los primeros días sí que los escuché un poco. Fue en uno de estos programas donde descubrí un museo extraño y único, un espacio donde conviven un oso de peluche y un hacha con un vestido de novia, un caballito de cristal con unas esposas, o un espejo retrovisor con un enano de jardín descascarillado. Objetos cuya única conexión está en los sentimientos de sus anteriores propietarios: todos ellos son recuerdos de un amor que acabó mal.

Intrigado me puse a bucear en su página web y en los reportajes de prensa que incluye, descubriendo su origen y algunas de las tristes y muy humanas historias que atesoran los objetos de su colección. Dejad que os cuente lo que descubrí.

martes, 12 de marzo de 2013

Antes "moro" que soltero

Hay ocasiones en que la vida nos presenta elecciones difíciles, que nos obligan a plantearnos quienes somos y a qué estamos dispuestos a renunciar. Una de estas disyuntivas se le planteó a los clérigos castellanos allá por el final del siglo XV.

Era evidente que la Iglesia de la época necesitaba una gran reforma. Desde unos papas rodeados de lujos que financiaban sus campañas militares vendiendo indulgencias, hasta un clero llano inculto y absentista, cuya vida daba pocos motivos de ejemplo a su rebaño. De esto eran consciente muchos contemporáneos, entre los que se encontraban los Reyes Católicos, que decidieron encabezar un movimiento para renovar la Iglesia en sus dominios (y, de paso, estrechar su control sobre ella).

Retrato del cardenal Cisneros
por Juan de Borgoña (Wikipedia)
Tal misión se encomendó al confesor de la reina, Hernando de Talavera, que fue sustituido en 1492 por Francisco Jiménez de Cisneros. Cisneros desplegó su gran energía en varios frentes, entre los que se contaba acabar con el concubinato tan habitual entre todos los niveles de la Iglesia. No en vano estamos hablando de unos años en el que los mismos papas Inocencio VIII y Alejandro VI otorgaban  cargos y honores a sus propios hijos.

En el caso de Castilla esto se consideraba tan natural que existía la práctica, al parecer exclusiva del reino, de que si el hijo de un clérigo podía heredar si su padre fallecía sin haber hecho testamento. Con estos antecedentes no es extraño que la medida de Cisneros fuera un golpe bajo (lo siento, no he podido evitar el juego de palabras) para muchos religiosos, que se vieron obligados a elegir entre su fe (y un trabajo seguro) y su pareja.

Si bien la gran mayoría optó por su cargo, hubo también muchos que prefirieron abandonarlo todo antes que renunciar u ocultar a la mujer con la que compartían sus días. Uno de estos ejemplos se dio en Andalucía, donde cuatrocientos frailes prefirieron convertirse al Islam y huir al Norte de África antes que perder a sus mujeres.

Parece que para ellos estaba claro donde residía su verdadera fe.



Fuentes: 

viernes, 15 de febrero de 2013

Suena el teléfono

—¿Diga?

— ... Buenos días, ¿podría hablar con el titular de la línea?

—No está.

—¿Y sabe cuándo estará en casa?

—No. Hizo las maletas y se marchó hace dos días. No he vuelto a saber de ella... Entonces, ¿tampoco está contigo?

—No.

domingo, 27 de enero de 2013

La cacería salvaje (guía de supervivencia)

Si un día paseando por el campo escuchas el ulular del viento hacerse cada vez más fuerte, y en la distancia se acumulan nubes negras, lo mejor será que corras a buscar refugio. Porque probablemente tengas razón y se trate de una tormenta. Y tú estás preparado para soportar unas cuantas gotas, con tus botas de montaña impermeables y tu chubasquero nuevo (quítale la etiqueta ya, ¿de verdad piensas devolverlo luego?). Tal vez aciertes y eso que se acerca con el viento no sean más que nubes de lluvia. Tal vez.

Una lástima que no tengas a tu lado un antiguo vikingo (ya sé lo difícil que salir con vikingos: son muy poco puntuales y siempre olvidan sus citas. Quizás un estudiante de Erasmus noruego podría valernos en su lugar. Uno grande, si puede ser). Él te diría que estos fenómenos pueden ser los heraldos de un peligro aún mayor. Así que huye, vuelve corriendo a tu casa o, si no encuentras ningún refugio, arrójate al suelo y no levantes la cabeza oigas lo que oigas: a tu encuentro se dirige la cacería salvaje.

No, no es Gandalf guiñando un ojo.
Se trata de Odín, el errante,
de Georg von Rosen (Wikipedia).
Los pueblos del norte sabían que ese ruido es el eco de lejanos gritos de caza, y si dejas que te alcancen verás (¿no te había dicho que no levantases la cabeza?) que lo que habías tomado por nubes en realidad es una hueste de espíritus en pos de su presa, dirigidos un anciano tuerto montado en un caballo de ocho patas. Y si Odín se da cuenta de que estás ahí probablemente te invite a unirte a ellos en su cacería, de la que, si tienes suerte, quizás regreses. Ya sé que no suena muy bien, pero hazme caso, es una oferta que no puedes rechazar.

El objetivo será un gigantesco jabalí o una manada de caballos salvajes. Aunque, dependiendo del humor de Odín, puede que te toque perseguir a doncellas de blancos senos o ninfas de los bosques. Lo que es seguro es que más vale que te lo tomes en serio y hagas méritos ante el resto de los cazadores, pues sólo así te dejarán marchar al acabar la jornada. Eso, claro está, si no te ha partido en dos alguna presa no muy convencida de su papel en la obra, o has caído de tu montura y han pasado sobre ti el resto de jinetes (no te quejes, te avisé que no levantaras la cabeza).

sábado, 19 de enero de 2013

Los amigos del gato (leyenda africana)


Hace unas semanas, al pasar por la cocina, vi como mi Santa se afanaba en crear otra de sus estupendas tartas, esta vez decorada con animales de África. "Si le pones una jirafa entonces es como la leyenda de los amigos del gato", le comenté, y allí sobre la marcha surgió la idea de hacer dos entradas en paralelo, tarta y cuento a la vez. Aunque, como es habitual, ella fue mucho más eficiente que yo y la he tenido esperando mientras terminaba de escribir esta antigua leyenda africana, que nos explica cómo comenzó la relación entre la humanidad y los gatos. Para alegrar el relato he incluido fotos de detalles de la tarta, que podéis ver completa al final del cuento.




Nuestra historia empieza donde suelen hacerlo las leyendas: hace mucho, mucho tiempo. Estamos en la sabana africana. Amanece y los primeros rayos de sol nos revelan a un pequeño gato bebiendo en una charca solitaria. Está encogido, desconfía, levanta la cabeza tras cada sorbo y no vuelve a bajarla hasta estar seguro de que no hay ningún peligro cerca. No era fácil ser un gato: la comida es poca y los riesgos muchos. Nuestro amigo no es feliz con esta vida llena de sobresaltos. Pero claro, que otra opción tiene un pequeño gato de...

¡Croac!

¡Alarma! ¡Agacharse! ¡Uñas! ¿Qué ha sido eso? Se prepara para la huida, busca a su alrededor al autor el rugido que le ha sobresaltado.

¡Croac!

Un momento, eso no es un rugido, eso parece más...

¡Slurp!¡Croac!

Una enorme rana descansa sobre un montón de tierra que aflora del agua. Parece ajena al mundo que la rodea, pero entonces hay un restallido y la lengua vuelve a la boca llevando una libélula. El gato se acerca a la orilla lanzando miradas nerviosas a su alrededor y la llama:

—¡Psssssss!

La rana se vuelve lentamente, parece no encontrar nada que merezca su atención.

¡Croac! ¡Slurp!¡Croac!

 —¡Eh, tú! —insiste— ¡Aquí!

—Ya sé que estás ahí. Lo que no sé es por qué quieres interrumpir mi desayuno.

—Mira, déjalo, solo quería ayudar —mientras se marcha deja caer un consejo—. Con tanto ruido vas a acabar atrayendo a un cazador.

—Bah, cazadores... Se ve que no sabes con quién estás hablando.

El gato detiene su retirada. No deja de ser un gato, y aún es muy joven para saber lo que se dice de ellos y la curiosidad.

—¿No tienes miedo de los cazadores?

—¿Debería? —y se responde a sí misma—. No. Soy la reina de esta charca. Estos son mis dominios y en ellos actúo —¡slurp!— como se me antoja.

El gato no puede evitar sentirse fascinado por la calma que transmite ese pequeño animal, ajeno al miedo que siempre guía sus pasos. Entonces le asalta una idea genial.

—¿Puedo quedarme contigo? —la rana entorna los ojos, extrañada— Sin duda una gran reina como tú podría enseñar muchas cosas un pobre gato.

Y de camino podría disfrutar de tu protección, termina la frase en su cabeza. Su descarado halago parece hacer mella en la rana que detiene, por primera vez desde que empezó la conversación, su cacería.

—Ciertamente, ciertamente... ¿Por dónde podríamos empezar? ¿Te gustan las libélulas? Bueno, todo es acostumbrarse. De momento puedes quedarte ahí y contemplarme mientras termino el desayuno. Sabes, esto de cazar bichos voladores no es tan fácil como pudiera parecer, hace falta...

El gato asiente y finge prestar atención mientras deja que su cuerpo se relaje por primera vez en... no sabría decirlo. Mucho tiempo. Se estira para recibir mejor los rayos de sol. El lugar es un poco húmedo, pero puede acostumbrarse.

viernes, 4 de enero de 2013

Propósitos de año nuevo y la vuelta de la musa pródiga

Digo de año nuevo por ser lo tradicional en estas fechas, aunque es algo que llevaba pensando desde la vuelva del verano. En este año que empieza mi propósito es dedicarle algo más de tiempo a este blog, que en 2012 dejé un poco descuidado. Eso no significa que vaya a publicar más a menudo, sino que intentaré trabajar un poco más los contenidos. Voy a dejar de lado las entradas dedicadas a fotografía o ilustración para centrarme en mis propios textos, junto con los cuentos o leyendas que me hayan gustado especialmente.

Como sé que el reto es difícil, aprovecho para formalizar algo que ya ocurría en la práctica. Hace un año os contaba que había empezado un blog dedicado a la historia, una de mis grandes aficiones. Me lo he pasado muy bien escribiéndolo, pero ha supuesto bastante más trabajo del planeado, hasta el punto en que no me veía capaz de seguir con los dos blogs. Durante un tiempo estuve dudando con cuál de los dos quedarme, pero entonces irrumpieron por aquí Loki y Baldr y acabaron decidiendo ellos por mí.

Eso no quiere decir que renuncie a escribir más entradas de historia, sino que volverán a ser parte de este blog (en breve aparecerá una pestaña de Historia en la cabecera). Para empezar he añadido a los archivos todas las entradas que publiqué en Un café con Clío, en la fecha en que se publicaron originalmente. A continuación os dejo una lista en el orden en que fueron apareciendo por si queréis echarle un vistazo (hay algunas de las que me siento bastante orgulloso).

Aprovecho para desearos un feliz año y espero veros por aquí e ir mejorando con vuestros comentarios. Nos vemos pronto.

  • Celestino V, el Papa que renunció
    De entre la larga lista de nombres que han ocupado la silla de San Pedro, uno de los que cuenta con una historia más curiosa es Celestino V. Ocupó el cargo durante sólo cinco meses en el año 1296 y ha sido uno de los pocos (hay quien dice que el único) papas en renunciar a su puesto por propia voluntad; un puesto al que nunca aspiró y que no hizo mas que traerle desgracias.
  • Con la deuda no se juega: Egipto 1882
    Una historia en la que el responsable de hundir la economía deja su cargo, y no solo sale indemne sino que además se lleva una buena indemnización, en que unos países acaban dictando la política de otro en nombre del déficit y en la que ciudadanos hartos de sufrir las consecuencias de una crisis de la que no son responsables protestan pidiendo más democracia. ¿La Europa de nuestro tiempo? No. Egipto a finales del siglo XIX. Para que luego digan que la historia no se repite.
  • Paraísos que surgieron del hambre 
    Algunos de los parques naturales africanos más conocidos (Serengueti, Masai Mara, Tsavo...) no son la imagen congelada de un pasado inalterado, sino el resultado de una serie de catástrofes que sacudieron a la población africana en el tránsito del siglo XIX al XX.
  • Una rendición con condiciones 
    Hay un proverbio que dice "soldado que huye sirve para otra guerra". Aunque claro, por muy superior que sea el enemigo al que uno se enfrenta, eso de rendirse no deja de tener un regustillo poco honorable que algunos intentan camuflar como pueden.
  • El papa que quiso ser hermoso
    Cada Papa escoge un nombre al ser elegido, aunque en ocasiones la primera opción no es siempre la mejor.
  • No fueron solo los elementos: el fracaso del Gran Designio de Inglaterra 
    El Gran Designio de Inglaterra era un plan de invasión que involucraba lo mejor del ejército de Felipe II junto con una gran armada, "la mayor y más poderosa combinación jamás reunida en la Cristiandad". Una jugada arriesgada que, de haber tenido éxito, habría cambiado de manera crítica el equilibro de poder en Europa.
  • Notas sobre la Gran Armada: las expediciones de Drake, el almirante que no quería serlo y por qué los ingleses disparaban más veces
    Cómo Isabel I suplía su escasa tesorería dando entrada a capital privado en sus expediciones; por qué Felipe II puso al mando de Gran Armada a alguien sin experiencia ni confianza en el éxito de la empresa; o por qué los artilleros españoles apenas podían responder la lluvia de proyectiles ingleses.
  • El gran asedio de Gibraltar 
    El 11 de julio de 1779 comenzó el intento más importante por parte de España para recuperar Gibraltar, con un asedio que habría de prolongarse durante tres años y medio. Tres años en los que se sucedieron actitudes heroicas y vergonzosas, episodios de valor y estupidez hasta llegar al asalto final en el que... Bueno, supongo que os hacéis una idea de como acabó, ¿no?
  • Puestos a elegir...
    Cómo murió el cacique taíno Hatuey, capturado por los castellanos en la conquista de Cuba.
  • Monopolio por la gracia de Dios
    El papa Alejandro VI (1431-1503) no dudó en amenazar de excomunión a quien comprase alumbre a los infieles... y no el de sus propias minas.
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