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viernes, 29 de junio de 2018

El problema de la longitud

Acabo de terminar el libro Longitud, de Dava Sobel, una amena exposición del que fue el gran problema de su época, hoy caído en el olvido: la determinación de la longitud. Y no me refiero a la longitud de medir con una regla, sino a la terrestre, la que determinan los meridianos.


Veréis, a la hora de determinar vuestra posición es relativamente sencillo calcular la latitud a partir del sol o las estrellas. Pero la longitud es harina de otro costal: durante mucho tiempo uno podía determinar que estaba a la altura (latitud) de Castellón, pero no saber si estabas en Valencia o, unos cuatro grados más al oeste, en los alrededores de Madrid. Este era un problema que, en general, podía solventarse echando mano de otras estrategias, como preguntar, fijarse en los accidentes naturales (el mar Mediterráneo sería una buena indicación para descartar Madrid) o pedir una paella y ver si lo que nos traen es arroz con cosas.

Claro que el asunto se volvía más peliagudo si, en lugar de recorriendo la meseta, estabas en medio del océano, a la latitud de la isla donde pensabas cargar agua y dejar que tu tripulación se repusiera del escorbuto, pero no tenías claro si para encontrarla debías navegar hacia el este o el oeste. O, como le ocurrió al almirante Sir Clowdisley en 1707, cuando un error al determinar la longitud podía llevar a tu flota de cabeza (o de proa, más bien) contra unas islas que no sabías que estaban allí, perdiendo cuatro barcos y dos mil hombres en el mayor desastre de la historia de la armada inglesa.

En la época de los grandes viajes oceánicos la determinación de la longitud se convirtió en uno de los grandes problemas a resolver, si no en EL problema. Tanto que en 1714 el parlamento británico decidió establecer un jugoso premio de 20.000 libras para quien lo solucionara.

jueves, 3 de mayo de 2018

Esclavos en el Mediterráneo

Hace poco leía sobre la piratería en el Mediterráneo y me sorprendió bastante un capítulo sobre el comercio de esclavos (el libro es The Barbary Corsairs: Warfare in the Mediterranean, 1480-1580, de Jacques Heers). Cuando pensaba en esclavos me venía a la cabeza barcos cargados de africanos con destino a América, pero, por lo visto, en el Mediterráneo fue algo bastante común durante toda la Edad Media y parte de la Edad Moderna. Y, como todo lucrativo negocio, atrajo a multitud de emprendedores dispuestos a sacar tajada de una u otra forma.

Los esclavos podían ser tanto infieles, ya fueran cristianos o musulmanes, como de la propia religión. Por ejemplo, tras una victoria en 1353, los aragoneses se trajeron de vuelta a miles de genoveses prisioneros que repartieron por Cataluña, Valencia y Baleares. Prisioneros que debían trabajar para resarcir a las comunidades de acogida por sus gastos de manutención.

En la Península los esclavos solían provenir, hasta el fin de la Reconquista, de cabalgadas en territorio moro o expediciones marítimas. El reparto del botín podía llegar a ser algo confuso: mientras que un saco de grano se puede repartir, una persona es algo más complicada. Así un capitán de barco de Barcelona llegó a escribir que debía a un mercader un quinto de un sarraceno y la mitad de otro.

jueves, 1 de marzo de 2018

La cuarta cruzada

Hace poco releí una de los primeras entradas históricas del blog, dedicada a la cuarta cruzada. Tras estos años el estilo, demasiado solemne, me rechinaba un poco, así que me dio por volver a hablar de ella, esta vez con más humor, en un hilo de Twitter. Así es como quedó.

¿Sabíais que hubo una cruzada cuyos integrantes acabaron excomulgados por el Papa? La Cuarta Cruzada se guio por el puro interés económico y acabó en un desastre casi sin precedentes para la cultura occidental.
En 1198 el Papa Inocencio III llamó a la cristiandad a recuperar Jerusalén. Desafortunadamente la cristiandad tenía otras cosas en la cabeza. Las cruzadas eran algo muy del siglo XII y, a punto de empezar el XIII, a duras penas conseguían ser trending topic. Además, se había escogido como primer objetivo Egipto, que se suponía un punto débil del infiel. Pero que, donde va a parar, como objetivo molaba mucho menos que Jerusalén.
–Godofredo, ¿se puede saber dónde vas con la armadura de los domingos?
–¡Me voy de Cruzada! *tose* *habla más bajito* A Egipto.
–¡Pero a ti que se te ha perdido en Egipto! Anda, quítate eso antes de que la abolles y vete a cobrar impuestos, que el niño no se va a hacer obispo sólo por su cara bonita.
Os hacéis una idea, ¿no?
Total, que un día 1202 llegó la hora de embarcar y, con los poquitos que estaban, no les daba para pagar a los venecianos. Y los venecianos podían ser buenos cristianos, pero si les dabas a elegir entre la cristiandad y el negocio igual tardaban un poco en decidirse.
Y como el negocio es el negocio, el Dogo de Venecia hizo a los cruzados una oferta que no iban a poder rechazar: os perdonamos lo que falta pero, a cambio, damos un rodeíto y aprovecháis para conquistarnos Zara (la ciudad, se entiende).
–Pero es que Zara es una ciudad cristiana.
–Sí.
–Y nosotros somos cruzados.
–Ya. Cruzados sin barcos, os recuerdo.
–Y los cruzados no luchan contra cristianos.
–Sin. Barcos.
Y allí que se fueron a conquistar la estratégica ciudad de Zara, en el Adriático, al rey de Hungría. Cuando se supo la noticia cundió la indignación. Tanto que el Papa excomulgó a los supuestos defensores de la fe, aunque posteriormente restringió la excomunión sólo a los venecianos.
–Bueno, ya os hemos conquistado Zara.
–Sí.
–Así que ahora tenéis que llevarnos a Egipto.
–Claro. ¡Qué es eso!
–¿Qué?
–¡Detrás de ti, un mono con tres cabezas!
–¿Pero….? Ahí no hay nada. Espera, ¿este quién es?
–Te presento a Alexius IV, futuro emperador de Bizancio. Con nuestra ayuda.
Alexius era hijo del anterior emperador, que acababa de ser depuesto por su hermano. Recién fugado de la cárcel se había acercado a Zara a ver si conseguía una ganga (no he podido evitarlo) que le permitiera reconquistar el trono.
A los venecianos les vino como caído del cielo. Acababan de firmar un acuerdo comercial con Egipto (¿recordáis lo que os dije antes del cristianismo y el comercio?) y no era plan de soltar a un puñado de cruzados sedientos de sangre en la puerta de un socio, ¿verdad? Además Bizancio había pasado de ser socio comercial privilegiado de la Serenísima a dar cada vez más facilidades a sus competidores genoveses y pisanos. Así que, ¿qué mejor que un pelele, perdón, un emperador que les debiera su trono para renegociar los acuerdos y echar a los advenedizos?
No costó mucho convencer a los cruzados: que si los bizantinos no eran cristianos como Dios manda, que si con la ayuda bizantina se podría ir por Anatolia hasta Tierra Santa, que si los bizantinos eran muy ricos… ¿He dicho ya que los bizantinos eran muy ricos?
Total, que venecianos y cruzados se plantaron en Constantinopla, la tomaron al asalto y nombraron a Alexius emperador. Lo que sucedió a continuación os sorprenderá.
¿Os podéis creer que los habitantes de la ciudad no sólo no agradecieron a los cruzados que asaltaran su ciudad, depusieran al emperador y pusieran a un títere en su lugar, sino que además intentaron echarlos? Como lo oís. Qué gente más desagradecida. Así que cruzados y venecianos se vieron “obligados” a volver a tomar la ciudad. Pero nada de “venimos como amigos, os traemos a un emperador chupiguay”. Ahora era por las malas.
Cuando pasaron los preceptivos tres días de (sangriento) saqueo la ciudad y, por extensión, el Imperio, habían quedado hechos unos zorros. Venecia se hizo con varias islas y puertos y, con los restos, los cruzados crearon el nuevo (y efímero) Imperio Latino.
En el saqueo de Constantinopla se perdieron los frutos más de mil años de historia. Nunca sabremos cuánto de la herencia clásica desapareció en esos tres días. Una pérdida sólo comparable con el incendio de la biblioteca de Alejandría.
Lo poco que se salvó fue en gran parte por los propios venecianos, que mientras los cruzados saqueaban se dedicaron a arramblar con todo lo que pudiera tener interés para llevarlo de vuelta a su ciudad. Como los caballos de bronce que adornaba el hipódromo, que todavía hoy se pueden ver en la basílica de San Marcos.

Las consecuencias ser harían notar en los siglos siguientes. Bizancio llevaba casi 1000 años haciendo de puente entre Europa, África y Asia, y protegiendo a la primera de los embates de persas primero, y del Islam después. Sin Bizancio los turcos tuvieron las puertas abiertas para construir un Imperio que acabaría amenazando el corazón de Europa y entre cuyos principales damnificados tuvo, precisamente, a los venecianos, que fueron expulsados del Mediterráneo Oriental. Justicia poética, al final fueron responsables de su propio decline.

miércoles, 3 de enero de 2018

Gotham: de pueblo de locos a ciudad de Batman


Gotham, un nombre que trae a la cabeza callejones oscuros donde un justiciero enmascarado lucha por la justicia. Sin embargo, ¿qué pensáis si os digo que durante varios siglos su nombre estuvo asociado a chistes de gente torpe o de pocas entendederas?

Batman intentando recordar dónde aparcó el batmóvil.
(Ilustración de Jaime Rama para la película Batman, el caballero oscuro. Fuente).

Los hombres sabios de Gotham


El origen del nombre de Gotham nos lleva varios siglos atrás en el tiempo y al otro lado del océano, hasta la Inglaterra medieval. Allí podían oírse chistes como "Un hombre llega al mercado montado a caballo con dos sacos de trigo sobre los hombros. Cuando le preguntan por qué carga con los sacos él responde que es para no cansar al caballo", o como el inquilino que, como sus pagos se estaban retrasando, decide atar el dinero a un liebre para que fueran más deprisa.

"A una liebre, ¿lo pillas? Porque las liebres van rápido y él se estaba retrasando. Bueno, el dinero era lo que se retrasaba... Déjalo, no sé por qué sigo intentándolo."

Hoy en día puede que no nos resulten muy graciosos, aunque supongo que en una sociedad donde tu principal preocupación era no morirte de hambre y frío en invierno no era muy exquisitos con el subtexto. Pero lo que nos interesa aquí es lo que estos y otros chistes tenían en común; estaban protagonizados por ciudadanos de Gotham, un humilde pueblo del condado de Nottingham. La fama de los hombres sabios de Gotham fue tal que incluso se hicieron recopilaciones, como el Merrie Tales of the Mad Men of Gotham, publicado en el siglo dieciséis. Sin embargo, si buceamos en el origen de la historia nos encontramos con que los hombres de Gotham resultaban ser bastante más inteligentes de lo que indicaba su fama.
Retrocedemos hasta el siglo doce, cuando el rey Juan I de Inglaterra (sí, el de Robin Hood, pero esto no tiene nada que ver con él) decide acercarse a visitar la ciudad de Nottingham (sí, la del sheriff de Robin Hood, pero ya os he dicho que no tiene nada que ver). Por el camino debía pasar por la villa de Gotham.

King John from De Rege Johanne.jpg
El rey Juan I de Inglaterra cazando un ciervo mientras hace malabares con rectángulos dorados.
De The National Portrait Gallery History of the Kings and Queens of England de David Williamson (fuente).

Pero cuando apareció el heraldo del rey su acogida no fue lo que podríamos calificar de amable, hasta el punto que tuvo que salir del pueblo a toda velocidad esquivando las pedradas de los lugareños. ¿Qué tenían los ciudadanos de Gotham en contra del rey Juan? (Y no me vengáis otra vez Robin Hood, hay que ver la obsesión que tenéis con el tema.)
La razón de esta inquina era que, por ley, camino por donde pasara el rey, camino que se convertía en camino real, obligando a los habitantes de la zona a hacerse cargo de su mantenimiento. El rey Juan no se tomó nada bien el trato dado a su mensajero y despachó un puñado de caballeros a dar un escarmiento a los habitantes de Gotham y, de paso, recordarles el puesto que tenía cada uno en la pirámide feudal.
Los ciudadanos de Gotham, una vez pasado el calentón, empezaban a darse cuenta del lío donde se habían metido. Una cosa era tirarle piedras a un mensajero y otra muy distinta enfrentarse a un puñado de tanques a caballo. Y aquí entró en juego el ingenio que acabaría haciéndoles famosos.
Libro de chistes sobre los lunáticos de Gotham.
Cuando los caballeros llegaron al pueblo notaron que algo raro pasaba. En lo alto de una colina colina unos aldeanos arrojaban quesos rodando para que fueran ellos solos a venderse al mercado de Nottingham; otro intenta atrapar el reflejo de la luna en un río; más allá habían subido varios carros al techo de un granero para que le dieran sombra; unos cuantos estaban clavando estacas alrededor de un arbusto para atrapar al cuco que estaba posado en él... Allá donde mirasen los ciudadanos estaban realizando las tareas más estrafalarias y faltas de sentido.
Asustados dieron media vuelta y corrieron a avisar a su señor. En aquella época se creía que la locura era contagiosa, así que antes que arriesgarse a contraerla el rey Juan decidió dar un rodeo y evitar la ciudad.
La treta acabó dando fama a la ciudad, con un dicho según el cual en Gotham son más tontos los que cruzan la villa que los que viven en ella, y que acabó derivando en una fama de simples que les hizo protagonistas de numerosos chistes.


El nombre cruza el océano


Tan popular se hizo el nombre y su asociación a un comportamiento absurdo que el escritor del siglo XIX Washintong Irving lo utilizó para denominar a su ciudad natal, Nueva York, en el periódico satírico Salmagundi. El nombre hizo fortuna y se popularizó como forma de denominar a los bajos fondos de la ciudad o, por extensión, a la ciudad entera.
Varias décadas después el escritor Bill Finger buscaba un nombre para la ciudad de Batman. Su inspiración era Nueva York, pero querían cambiar el nombre. Capital City o Coast City fueron descartados, hasta que un día, mirando una guía telefónica, se encontró con Joyeros Gotham. El nombre era idean, sonoro y con reminiscencias oscuras, y así quedó nombrada la ciudad del justiciero.
La relación entre ambas Gothams ha sido algo aceptado. El alcalde de Nueva York Giulliani escribió una carta a la Gotham inglesa reconociendo las raíces de su ciudad, y el pueblo fuera parada para el elenco de Batman cuando estaban promocionando la película por Inglaterra.

Embed from Getty Images
Escultura de la ciudad de Gotham que rememora la historia de sus hombres sabios, con un Batman trepando por el lateral.

 

Fuentes:


La historia de los hombres sabios de Gotham la descubrí viendo el documental Terry Jones' Medieval Lives: The peasant. A partir de ahí me puse a investigar y encontré un artículo de la BBC sobre Gotham y otro sobre sus hombres sabios. Y, por supuesto, las entradas de la Wikipedia (en inglés) sobre la Gotham real, la Gotham de Batman y los hombres sabios de Gotham.

martes, 21 de noviembre de 2017

El rey, el heredero, el guapo y la infanta III: Las consecuencias


Supongo que debería empezar esta tercer y última entrada con algo tipo "En anteriores episodios de El rey, el heredero, el guapo y la infanta...", pero lo mejor es que si acabas de llegar primero eches un vistazo a la presentación de los personajes y a la historia de la aventura en España del heredero y el guapo.

El recibimiento


En el último episodio de El rey, el heredero, el guapo y la infanta habíamos dejado al príncipe Carlos inclinado sobre la borda del barco que le llevaba de vuelta a Inglaterra, quizás pensando en el recibimiento que le esperaba en casa. No en vano había puesto en peligro al heredero y único hijo del rey lanzándose voluntariamente a las manos de una potencia extranjera.
Uno podría esperar que el recibiendo de Carlos en Inglaterra sería el equivalente real de un cachete y un "Y a ver si la próxima vez nos lo pensamos un poquito antes de hacer nada". Todo lo contrario. El pueblo lo recibió como un héroe: cinco meses después de su huida el príncipe volvía de manos de los pérfidos papistas sin haber cedido un ápice en sus convicciones. A su paso se encendieron fuegos y reunieron multitudes para celebrar el regreso, componiéndose coplillas y rimas para la ocasión, como la que decía

On the fifth day of October
it would be treason to be sober.
El buen recibimiento no enfrió el enfado de Carlos. Si Felipe IV y Olivares pensaban sacar provecho de la visita del príncipe no pudieron medir peor las consecuencias.
Pero aquí vamos a aprovechar para cerrar el círculo y, al igual a cómo hicimos en su presentación, nos detendremos en cada uno de los protagonistas por separado.


Las consecuencias


El rey


Probablemente el más contento con el final de la aventura española del príncipe fue su padre: finalmente había logrado recuperar a su hijo y a su..., a su... bueno, a su favorito, el Duque de Buckingham. Pero los dos jóvenes ya no eran los mismos; volvían de España llenos de resentimiento y deseos de venganza.
Jacobo encontró cada vez más difícil mantener la política conciliadora que había caracterizado su reinado. Carlos maniobró en la corte y el Parlamento, usando a Buckingham para mantener a su padre apartado de Londres, en pos de una declaración de guerra contra España.
De esta época data una carta del rey a Buckingham en la que muestra el aprecio que sentía hacia su favorito:
"No puedo evitar enviarte esta carta, rezando a Dios porque pueda tener un alegre y agradable encuentro contigo, y que podamos celebrar esta Navidad un nuevo matrimonio que se mantenga en el futuro. Porque, así quiera Dios, lo único que deseo es vivir en este mundo para tu bien, ya que prefiero antes vivir desterrado en cualquier lugar de la tierra contigo antes que vivir una triste vida de viudo sin ti. Que Dios te bendiga, mi dulce niño y esposa, y permita que prestes siempre confort a tu padre y esposo."

Mientras la guerra se acercaba la salud del rey se deterioraba, hasta su fallecimiento el 24 de marzo de 1625. Sus contemporáneos no tuvieron en gran aprecio su reinado. Su carácter dubitativo, sus enfrentamientos con el Parlamento y sus desmesurados gastos ocultaron un importante hecho: sus veintidós años de reinado fueron, en general, pacíficos, un fenómeno raro en la historia de Inglaterra y casi de cualquier país europeo de la época. Una paz que sus súbditos no iban a tardar en echar en falta.
Aunque hoy en día su nombre aparece asociado a la traducción de la biblia que encargó y que lleva su nombre, siendo aún hoy en día la oficial de la Iglesia Anglicana.


sábado, 7 de octubre de 2017

El rey, el heredero, el guapo y la infanta II: La aventura


En la entrada anterior os contaba como, en una Europa dividida por los conflictos religiosos, el príncipe Carlos de Inglaterra se lanzó a una aventura en pos de una generosa dote que sacara a su padre de sus apuros económicos el amor.

El viaje


En febrero de 1623 el príncipe Carlos y George Villiers, duque de Buckingham, abordan al rey Jacobo I con su plan: viajarán de incógnito a España para pedir la mano de la infanta María Ana, hija de Felipe IV. El rey, fiel a su carácter errático, les dice que sí para desdecirse al día siguiente. Intenta explicarles que su idea es una locura, que sólo conseguirán poner en peligro sus vidas y convertirse en rehenes en una negociación con España. En vano; Carlos tiene 22 años y todavía cree que una gesta heroica puede hacer más que doce años de negociaciones.
Incluso el Doctor Who lleva
usando el nombre de John Smith
casi desde el inicio de la serie.
El 18 de ese mes el heredero y el guapo emprenden viaje hacia Madrid. Confiaban en sus disfraces: llevaban barbas postizas. Además habían elegido unos nombres que seguro que no llamarían la atención: Tom y John Smith. Como curiosidad John Smith es uno de los nombres que se usa habitualmente en Inglaterra para referirse a alguien cualquiera: "Entonces ese tipo, digamos que se llamaba John Smith..." ¿Os hacéis una idea, no?
Total, que allí iban este par de valientes, con sus barbas postizas y sus nombres a prueba de curiosos, dispuestos a comerse el mundo. Lástima que a estos maestros del disfraz les faltara algo de experiencia fuera de la corte. Por ejemplo, saber que cuando se paga a un barquero con una moneda de oro lo normal es esperar el cambio. El barquero hizo sus cábalas, ¿a dónde irían estos tipos de tan buenas maneras, nombres tan sospechosos y que se desprenden del dinero como si no hubiera un mañana? Así que fue raudo a avisar a las autoridades de que acaba de cruzar a un par de duelistas. Se organizó una partida en su búsqueda que no fue capaz de encontrarlos. Quizás no esperaban que siendo duelistas se molestaran en ir muy lejos. Al menos uno de ellos.
Peor suerte tuvieron al pasar junto a Canterbury. Esta vez sus avezados disfraces y su saber estar hizo que los confundieran, no con duelistas, sino con asesinos. Metidos en semejante embrollo, al duque de Bukingham no le quedó más remedio que quitarse la barba delante del alcalde e improvisar que iba de incógnito a Dover para una inspección sorpresa de la flota.
En Dover les esperaba un barco para cruzar el canal. Luego París y, tras una agotadora cabalgada de dos semanas, Madrid.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

El rey, el heredero, el guapo y la infanta I: Los personajes


Hoy os voy a hablar sobre una de las mayores estupideces gestas realizadas por un príncipe heredero para conseguir esposa: la que llevó, en 1623, al futuro rey Carlos I de Inglaterra a poner en peligro su vida viajar en secreto para obtener la mano de la infanta española María Ana, y como esta estupidez gesta acabó determinando la política de su país.
Hoy os hablaré un poco de los protagonistas y el momento histórico donde se desarrolló tal despropósito aventura, dejando el viaje y sus consecuencias para una próxima entrada.

El escenario


En 1618 comenzó la Guerra de los Treinta años, que durante (adivinad) treinta años convirtió el centro de Europa en un campo de batalla donde se enfrentaron los dos bandos en los que se dividía el continente (aquí tenéis que poner voz de comentarista de boxeo). En esta esquina los antiguos campeones, un aplauso para ¡los reinos católicos!, capitaneados por los Habsburgo (ramas alemana y española). Frente a ellos una joven promesa que aspira a arrebatarles el título: los ¡estados protestantes! (Suecia, Dinamarca, Holanda y un buen puñado de principados alemanes).
Observando atento el combate está Francia, católico de religión, pero dispuesto a aliarse con quién fuera con tal de dar por saco disputarle la hegemonía a España.

Europa en 1600 (fuente).

En este enfrentamiento el rey Jacobo I de Inglaterra había optado por silbar mientras fingía buscar algo evitar involucrarse. Su pueblo clamaba por ayudar a los estados protestantes, pero su política vacilante giraba alrededor un hecho fundamental: su crónica falta de fondos.


Los personajes


El rey

Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia
por John de Critz. Nótese el gusto por
los adornos de sombrero discretos.
En 1603 los ingleses se encontraban en una disyuntiva. Isabel I acababa de morir sin descendencia y debían elegir entre nombrar un nuevo rey que conociera los usos y costumbres del país u optar por el primero de la línea sucesoria. Que, además, era rey de un país con el que llevaban siglos dándose tortas. Para una monarquía del siglo XVII la elección era obvia (y así de caro lo acabaron pagando), así que Jacobo VI de Escocia acabó convirtiéndose en Jacobo I de Inglaterra.
Cuando Jacobo llegó a su nueva corte quedó asombrado por su lujo y magnificencia. Así que actuó como cualquier persona a la que la falta de liquidez ha enseñado la importancia de saber administrar cada moneda y se puso a gastar como si no hubiera un mañana. A los pocos años había dejado las financias reales en tal estado que apenas era capaz de mantener su lujoso tren de vida, y mucho menos financiar una expedición militar en el extranjero.
Anteriormente los reyes de Inglaterra habían salvado estas situaciones convocando un Parlamento para aprobar un impuesto extraordinario. Lo mismo hizo Jacobo. Varias veces. Sin éxito. Claro, que es a lo que se exponía con un discurso inicial que podía resumirse en: "Soy vuestro rey y quiero dinero. Y rapidito, que ese jabalí no se va a cazar solo". Si además tenemos en cuenta que cuando el Parlamento respondía que vale, pero que primero debía recortar gastos, su respuesta se parecía bastante a enfadarse y amenazar con dejar de respirar, no es extraño que sus peticiones no llegaran a buen término.
Pero Jacobo I tenía un as en la manga: había empezado a urdir en secreto una boda que uniría a su hijo y heredero con la infanta de un país dispuesto a ser muy generoso con la dote. Sólo había un pequeño problema: la candidata era una infanta de España. De la muy católica España. La muy católica España que, para el inglés medio, representaba la tiranía papista, que sólo se diferenciaba del diablo en que el diablo no tenía tropas estacionadas al otro lado del Canal.

El heredero

El futuro Carlos I cuando aún era Príncipe
de Gales, el mismo año en que transcurre
nuestra aventura. Luego se dejaría la barba,
le debió coger cariño durante el viaje.
De llevarse a cabo el enlace, el novio sería el futuro Carlos I de Inglaterra. Carlos había heredado la inconstancia e incapacidad para tomar decisiones de su padre (al que hoy en día probablemente se hubiera conocido como Jacobo I el Procastinador). Además tenía que lidiar con la sombra de su fallecido hermano mayor, enérgico, serio y marcial, del que toda Inglaterra había esperado grandes cosas. Como, por ejemplo, poner a Inglaterra al frente de una alianza que desafiara a los poderes católicos en general y a España en particular.
Así que, ya fuera para distanciarse de la sombra de su hermano, o pensando en que a quien buen árbol se arrima buena sobre le cobija (y por entonces la sombra de España todavía era alargada), Carlos tomó partido decidido por la solución española. Es posible que la considerable dote también tuviera algo que ver.
Claro, que una alianza así no era cosa menor; dicho de otra forma, era cosa mayor (como la cerámica de Talavera). Los españoles ponían como condición que se dejara de perseguir a la minoría católica de Inglaterra, algo que iba a ser algo difícil de vender al Parlamento y al pueblo en general. Entre esto y el carácter poco decidido del rey las negociaciones se alargaron durante doce años sin que la boda pareciera acercarse.
Hasta que Carlos (que entonces contaba con 22 años), harto de dilaciones, decidió pasar a la acción: donde la diplomacia se había atascado debería triunfar una estupidez acción decidida: acompañado de su más cercano confidente viajaría a España de incógnito y pediría en persona la mano de la infanta.

El guapo

George Villiers, primer Duque de
Buckhingham, político, bailarín y
muy apegado al rey Jacobo.
Retrato de Rubens.
El acompañante del príncipe era también el personaje más importante de la corte: George Villiers, primer Duque de Buckingham. Villiers había logrado ascender desde la baja nobleza hasta convertirse en el favorito del rey gracias a dos cualidades imprescindibles para medrar en la corte de Jacobo I: ser guapo y bailar bien.
No estoy de broma. De hecho Villiers había aparecido en la corte introducido por una facción opuesta al anterior favorito, también bastante apuesto (aunque no debía ser tan buen bailarín). Contaban con que, en cuanto el rey posara los ojos en el bien proporcionado joven, éste se ganaría su favor.
Aunque no se ha llegado a dar por probado que Jacobo tuviera una relación homosexual con Villiers, sí hay algunas pistas que apuntan hacia una relación bastante especial con su protegido. Por ejemplo, su costumbre de llamarlo Steenie, diminutivo de Saint Stephen (San Esteban), porque decía que tenía la cara de un ángel, o varias cartas en las que Jacobo se refería a Villiers, entre otros apelativos, como "mi dulce niño y esposa".
Además de guapo y buen bailarín, Villiers también era ambicioso, y pronto se convertiría en el personaje más importante del país. Lástima que las cualidades del joven no estuvieran acompañadas de una mentalidad más reflexiva y una mejor capacidad de planificación, lo que le iba a costar tanto a él como al país bastantes disgustos en el futuro. Uno de ellos fue secundar la idea del príncipe Carlos.
El rey en seguida vio los inconvenientes del asunto, pero su naturaleza dubitativa y lo difícil que le resultaba negarle algo a hijo y favorito hizo que acabara aprobando la iniciativa a regañadientes.

La infanta 

La infanta Ana María, hija de Felipe III,
hermana de Felipe IV y convidada de piedra de
todo este embrollo. Retrato de Diego Veláquez.
La clave en todo este asunto y probablemente la que menos tenía que decir al respecto. Hija de Felipe III y hermana de Felipe IV, como buena infanta española era ferviente católica, siendo los problemas religiosos los responsables de que las negociaciones se hubiera alargado más de una década. Aunque no es que a los españoles el retraso les molestara mucho: los más de diez años de negociaciones servían para que Inglaterra no se atreviese a involucrarse en las guerras de religión en contra de los católicos por miedo a arruinar el enlace y perder la cuantiosa dote con la que Jacobo I esperaba aliviar sus problemas económicos.




Así estaban las cosas cuando el heredero y el guapo (Carlos y Villiers) se pusieron en marcha disfrazados, camino de una corte donde no se les esperaba. Aunque esto ya os lo contaré en la próxima entrada.

lunes, 17 de abril de 2017

El origen español del símbolo del dólar y otras curiosidades

Pocos símbolos hay tan populares como la $ que representa al dólar o al dinero en general. Menos conocido es que la S rayada tuvo su origen en una moneda española; el real de a ocho, peso o, como fue llamado en norteamérica, el Spanish dollar.


El real de a ocho o peso duro fue una moneda acuñada en plata, con valor de ocho reales (con ese nombre quién lo diría, ¿verdad?). Empezó su andadura en 1497 y poco a poco se convirtió en la primera moneda de uso mundial, empleándose para comerciar desde EEUU hasta China (posición que, curiosamente, ocupa en nuestros tiempos el dólar, cuyo nacimiento tuvo bastante que ver con el real de a ocho). Debido a su importancia era común que pagarés o letras de cambio se referenciaran a dicha moneda. Y de abreviar pesos fue de donde surgió la $. Empezó como una p, con una s de menor tamaño a modo de superíndice. Con el tiempo la s fue superponiéndose a la p, hasta llegar al símbolo que conocemos hoy en día.

Evolución del signo del dólar (autor: WikedKentaur).

Aunque solemos asociar el símbolo $ al dólar, su primera aparición fue en México, donde sigue en uso para abreviar al peso.

Real de a ocho de 1759 junto con su descendiente, un peso mexicano de 2005
(Fuentes: real de a ocho de Sgh y peso).
Hay otras hipótesis sobre la procedencia del símbolo del dólar. Mi favorita es la que afirma que surge al imitar la figura de las columnas de Hércules y la banda con la leyenda plus ultra que aparecía en el reverso de los reales de a 8 (ver la imagen de arriba a la izquierda).
También hay quien ve en él resultado de unir las siglas US, al escribir la U sobre la S. En su contra está que el símbolo $ ya se usaba antes de que existieran los Estados Unidos (a mí personalmente me suena a "vamos a buscar una explicación que no dependa de nadie de fuera"). También hay quien cree que la S rayada proviene del 8 de los reales de a ocho


Aunque originalmente sólo quería hablar del símbolo $, mientras me documentaba he descubierto algunos hechos curiosos sobre el real de a ocho y su relación con el dólar.
Como comentaba al inicio, el real de a ocho era una moneda de uso mundial. Fue muy empleada, por ejemplo, en el comercio con China, ya que este país sólo admitía el pago en plata. Siendo así, no es extraño que fuera común en norteamérica cuando aún era colonia británica. Al comenzar la revolución, las trece colonias que luego formarían EEUU emitieron papel moneda respaldado por reales de ocho o Spanish dollars.
La palabra dólar viene de otra de las monedas de plata que se usaban en la época, el thaler de Bohemia (tálero en español). En norteamérica se conocía por su nombre holandés, daler, que acabó convertido en dollar. Cuando los EEUU consiguieron su independencia tomaron el real de a ocho como referencia para crear su moneda. Dólar y Spanish dollar coexistieron hasta 1857, en el que se eliminó el uso de monedas extranjeras en EEUU. Aún así la herencia del real de ocho siguió viva en la bolsa, donde las acciones se negociaron por octavos de dólar hasta 1997.
Y una última curiosidad: de peso duro, como también era conocido el real de a ocho, viene el popular duro (cinco pesetas), que tanto se usaba en España antes de la llegada del euro.

Moneda de 100 pesetas de 1999. O, popularmente, de veinte duros. Notad como todavía se conservan las columnas de Hércules con la banda que ya aparecían en los reales de a ocho (autor Serg!o).

 

Fuentes:

Páginas de Wikipedia del Real de a ocho, dollar y Spanish dollar.

domingo, 26 de marzo de 2017

El día en que Oso Erguido se convirtió en persona

La historia de las tribus indias de Norteamérica es una triste lista de derrotas y claudicaciones. Entre sus escasas victorias destaca una que no tuvo lugar en las praderas, sino ante una corte de justicia. Es la historia de como a Oso Erguido, jefe de los poncas, se le reconoció ser una persona.

Jefe Oso Erguido, de la tribu Ponca (fuente).

Los poncas


La tribu Ponca tenía su territorio en la actual Nebraska, donde el río Niobrara desemboca en el Missouri. Eran tierras fértiles, donde los poncas cultivaban maíz, hortalizas y árboles frutales.
A mediados del siglo XIX la tribu Ponca contaba unos ochocientos miembros, y ya había firmado tres tratados con los recién creados EEUU. En el último, firmado en 1858, los poncas cedían parte de sus tierras a cambio de que se les reconociera una reserva permanente junto al río Niobrara. El gobierno también se comprometía a proteger a los poncas de las incursiones de sus vecinos, además de a facilitarles una serie de recursos para ayudar a su desarrollo.

Recreación de una aldea Ponca para una producción televisiva de 1988 (fuente).
La ayuda prometida nunca llegó, y aunque la reubicación de parte de la tribu resultó bastante más dura de lo que habían supuesto, a finales de los años sesenta los poncas podían mirar al futuro con cierto optimismo.
Pero en 1868 los EEUU firman un tratado de paz con los sioux. Por error, entre los terrenos que se les adjudicaron se encontraban las tierras de los poncas. Esto se convirtió en una pesadilla para la tribu, que empezó a ser acosada por jóvenes sioux, que robaban sus caballos como pago por dejarles vivir en sus tierras.
Las continuas quejas de los poncas fueron ignoradas por el gobierno que se había comprometido a protegerlos. Sólo al cabo del tiempo accedió a concederles una pequeña indemnización a cambio de las pérdidas sufridas. Pero esto sólo fue un pequeño alivio antes del golpe definitivo.


viernes, 17 de febrero de 2017

Toneladas de vino y viajes por mar

Leyendo sobre historia naval descubro que en Inglaterra ya se usaba en la Edad Media el tonelaje para referirse al tamaño de un barco. Sin embargo no era una medida de masa, sino de capacidad. El nombre hacía referencia a la cantidad de toneles de un cierto volumen que el barco era capaz de transportar en sus bodegas. Su uso en Inglaterra fue importado de Francia gracias al cada vez mayor comercio marítimo entre ambas naciones, en especial el del vino, que se transportaba en dichos toneles.
La palabra, tanto en inglés como en castellano, procede de la francesa tonne, tonel grande. De hecho en inglés dio lugar a dos palabras distintas: tun, para la unidad de volumen, y ton (tonelada), para la masa.

Unidades inglesas para toneles de vino (Wikipedia).

Cuando, tras la revolución francesa, se estableció el sistema métrico decimal, sólo se establecieron prefijos hasta el miria, 10.000 veces. Pero como en el caso de la masa era insuficiente se adoptaron los nombres de unidades anteriores, y así fue como la tonelada tonel renació como tonelada métrica. Al menos la tonelada inglesa, que equivalía a unos 950 litros. También existió una tonelada castellana, pero ésta era más grande, de unos 1.500 litros. 
¿Será que en Castilla gustaba más el vino?


Fuentes:

lunes, 21 de noviembre de 2016

Contar mal los años, el nombre de los meses y una pequeña decepción

Cuando se enseña matemáticas en secundaria, en especial en primero, es normal que aparezcan ejercicios en los que se pide calcular cuántos años han pasado entre dos fechas, o cuántas veces se repite algo a lo largo de un cierto número de meses. Para entretener a mis alumnos (como si las matemáticas no fueran ya lo bastante apasionantes de por sí, ¿verdad?) y que, de paso, adquieran algo culturilla general, me gusta contarles algunas anécdotas históricas alrededor del calendario.

Fragmento de un calendario romano que se veía fugazmente en la introducción de la (gran) serie Roma, de la HBO.

Me falta un año


Así, les digo que cuando calculamos, por ejemplo, cuántos años han pasado desde el año dos antes de Cristo hasta el cinco después de Cristo, aunque hagamos bien la operación (que es lo que a mí me importa en ese momento) el resultado no es del todo correcto. Pero antes, ¿cuántos años creéis vosotros que van desde el año 2 a.C hasta el 5 d.C?

Posiblemente muchos hayáis contestado siete, que es la cuenta que también hacemos nosotros en el aula: dos antes de Cristo más cinco después hacen siete, ¿no? (en realidad en clase contamos el 2 a.C como -2 para así practicar con los números negativos, pero el resultado es el mismo).

Pues no, en realidad desde el año 2 a.C hasta el 5 d.C pasaron sólo seis años. Y no hace falta que reviséis vuestra cuenta, lo que está mal (aunque sólo desde el punto de las matemáticas) es que inconscientemente hemos contado un año 0 que, en realidad, no existió. Cuando se fijó el calendario, allá por la Edad Media, se colocó el año 1 d.C justo después del 1 a.C., sin paso intermedio.

A la izquierda vemos los años que irían desde el 2 a.C. o -2 hasta el 5 d.C: siete, que coinciden con la operación matemática de calcular la distancia desde -2 a 5. Pero si quitamos el año 0, como ocurre en realidad, sólo pasan seis años.
Puede que matemáticamente no sea del todo correcto, pero ¿os imagináis lo raro que sería hoy en día hablar, no ya del año 0, sino del siglo 0 o el milenio 0, como habría que hacer si nos tomamos las cosas con propiedad?


Meses, ¿los nombras o los cuentas?


Otra cosa que me gusta contar en clase es de dónde vienen los nombres de los meses. Para los romanos el año empezaba en marzo y, mientras que los cuatro primeros meses (marzo, abril, mayo y junio) tenían nombres "propios" (junio por a diosa Juno, por ejemplo), a partir de ahí se limitaban a llamarlos el mes quinto (nuestro julio), sexto (agosto), séptimo (por septiembre)... y aquí algunos empiezan poner esa cara que tanto nos gusta a los profesores de cuando se dan cuenta de repente de algo... octavo/octubre, noveno/noviembre y décimo/diciembre. Incluso alguno pregunta, ¿pero de verdad es así? como si no pudieran creerse que los meses tienen nombres tan vulgares como un simple número (¿simple un número? ¿Quién ha dicho eso?).

¿Y enero y febrero? Ah, es que esos vinieron después. ¿Después? Sí, al principio los romanos sólo tenían 10 meses. El tiempo que iba desde diciembre a marzo, el invierno, no servía para mucho a una sociedad rural que durante esos meses no tenía que hacer nada en los campos ni podía marcharse a guerrear. Evidentemente esto fue muy al comienzo, en seguida se dieron cuenta de que ese espacio de tiempo también había que medirlo de alguna forma y surgieron enero y febrero.

Por si os habéis quedado con la curiosidad (a mí me pasó también), he mirado en Wikipedia el significado de los nombres que no son números y, aunque de algunos no está muy claro, viene a ser así:
  • Enero: en honor del dios Jano. A primera vista parece que el nuestro nombre no tiene mucho que ver, pero el paso fue ianuarius -> januairo -> janero -> enero.
  • Febrero: por el dios Februus (Plutón), "dios de las ceremonias de purificación que se llevaban a cabo en este mes para expiar las culpas y faltas cometidas a lo largo del año que acababa, y para comenzar el nuevo con buenos augurios" (Wikipedia). Algo que me recuerda los propósitos de año nuevo de hoy día.
  • Marzo: dedicado a Marte.
  • Abril: no está muy claro, quizás por Venus (Aprus en etrusco) o por las flores que se abren (aperire) en este mes.
  • Mayo: por Maya (madre de Mercurio) o, quizás, para honrar a los antepasados o Maiores.
  • Junio: consagrado a Juno o, tal vez, a los descendientes o Iuniores.


Mi pequeña decepción


Cuando les cuento a mis alumnos el por qué de los nombres de los meses también les comento la razón por la que julio y agosto dejaron de llamarse quinto y sexto. Tras la muerte de Julio César, Marco Antonio quiso honrar a su amigo, protector y aliado dándole su nombre al mes de su nacimiento. Esto indirectamente provocó que, cuando años después Octavio Augusto se coronó como primer emperador de Roma, fuera necesario hacer algo, pues no iba a tener Julio su propio mes y el gran Augusto ninguno. Y de ahí tenemos nuestro agosto.

Es más, según cuenta la leyenda, en aquel entonces el mes sexto tenía sólo 30 días frente a los 31 de recién nombrado julio. Inconcebible, ¡cómo iba a ser el gran Augusto menos que su reverenciado tío! Así que le quitaron un día al pobre febrero, que por entonces todavía contaba con 29 días, para dárselo al mes del emperador.

Esto les encanta a mis alumnos; es una explicación curiosa y sorprendente a esa anomalía en la que todos hemos pensado alguna vez al mirar el calendario. Desgraciadamente me acabo de enterar de que es falsa. Picado por la curiosidad, me puse a buscar de dónde venían los nombres del resto de meses y he descubierto que, según parece, esta apropiación de un día por parte de agosto es una invención posterior, y que se conservan testimonios de calendarios anteriores a Augusto donde febrero tiene los mismos 28 días con los que le conocemos hoy día. Para alguien tan aficionado a las leyendas y las explicaciones curiosas de nuestro mundo cotidiano ha sido una pequeña tragedia. Aunque, por el lado positivo, a cuenta de eso fue cuando me planteé escribir esta entrada.



Commodo, 180-192 dc, collez. albani.JPG
Busto del emperador Cómodo
(Sailko - Own work, CC BY 3.0, Link)

Bola extra


Aunque no todo iban a ser decepciones, buscando por ahí (santa Wikipedia) encontré que Augusto no había sido el único emperador que había dado su nombre a un mes, aunque sí el único cuyo nombre perduró. Otros, como Nerón, Calígula o Domiciano también dieron a algunos meses su nombre o el de sus familiares. Aunque ninguno llegó hasta los extremos de Cómodo (sí, el malo de Gladiator), que renombró a todos los meses según sus propios nombres adoptivos, quedando (de enero a diciembre) como Amazonius, Invictus, Felix, Pius, Lucius, Aelius, Aurelius, Commodus, Augustus, Herculeus, Romanus y Exsuperatorius. Modesto que era el caballero.

sábado, 15 de octubre de 2016

¿Problemas para formar gobierno? ¿Y si probamos con este método del papado medieval?

Cuando en España vamos camino de un año con un gobierno provisional, hay quien mira hacia otros países buscando inspiración: qué hacen ellos para evitar periodos de parálisis como el que sufrimos, en la que ningún candidato es capaz de reunir los apoyos suficientes para gobernar. Yo os propongo otro tipo de búsqueda, no sólo hacia afuera, sino también hacia atrás. En el tiempo, se entiende. Unos siete siglos y medio (semana arriba, semana abajo).



El largo cónclave


Como si fuera una novela negra, nuestra historia empieza con una muerte: la del papa Clemente IV a finales de 1268. Pero no se trata de un asesinato (o no lo parece, que en esta época tampoco es como para estar muy seguro cuando se trata de muertes de personajes poderosos), y el problema no es encontrar al asesino, sino al sucesor.

Como la muerte tiene lugar en Viterbo, ciudad de Italia central, la tradición marca que se dirijan hacia allí los diecinueve cardenales electores (en realidad eran veinte, pero uno de ellos se quedó en la corte del rey de Francia y murió antes de que ser resolviera la sucesión). Y allí empezaron los problemas.

Porque los cardenales estaban, digamos, algo divididos. Simplificando diríamos que se trataba de un partido Francia - Resto del mundo. Los franceses eran mayoría, pero insuficiente como para imponer un candidato. Aunque lo que sí podían era impedir que se nombrara a cualquier otro. Os va sonando, ¿no?

Yo casi puedo imaginarme las discusiones en la catedral de Vitervo, unos diciendo "Hay que elegir ya al Papa por responsabilidad", otros con "No estamos dispuestos a dar nuestro apoyo a un representante de la vieja Iglesia" y seguro que alguno saldría con un "¿Y si buscamos a un candidato independiente?". El caso es que los días pasaban y el asunto no se resolvía. Los cardenales habían cogido ya la rutina de votar, comprobar que seguía el bloqueo y luego volverse a sus residencias a seguir con sus cosas.

En aquella época no había medios de comunicación que hicieran llamamientos ni editoriales pidiendo responsabilidad a unos u otros, pero eso no quita para que la gente empezara a mosquearse con la situación. Así hasta que, después de un año sin resultados, el podestá (gobernante) de Vitervo decidiera tomar cartas en el asunto y encerrara a los cardenales en el palacio papal de la ciudad impidiéndoles salir hasta que terminaran su trabajo.

Palacio papal de Viterbo. No da la impresión de que los cardenales fueran a estar muy a disgusto aquí. (Imagen de K.Weise)

Pero se ve que el palacio debía ser cómodo, porque pasó un año y parte del otro y los cardenales seguían erre que erre. Se decidió entonces por atacar la situación por otro ángulo. Concretamente, por el estómago, reduciendo las raciones de los cardenales.

Ni por esas.

No fue hasta que no se amenazó a los electores con quitar el techo del palacio que al fin se desbloqueó la situación, nombrando a una comisión de seis cardenales que acabarían eligiendo, tres años después de la muerte de su antecesor, al Papa Gregorio X.



Ubi periculum, o más vale que elijáis pronto por la cuenta que os trae


Gregorio X, creador de
las Ubi periculum.(Wikipedia)
Fue precisamente en el papado de Gregorio X cuando se aprobaron las normas Ubi periculum, pensadas para evitar que se repitiera el bloqueo. Y debieron ser efectivas, porque los dos siguientes cónclaves duraron sólo uno y nueve días, respectivamente. De ahí a preguntarse si servirían para romper el bloqueo en España sólo va un paso.

La cosa sería más o menos así: se empezaría encerrando a los diputados en el Congreso (con uno o dos asistentes para ayudarles en su labor) y tirando la llave. Allí tendrían que vivir hasta que se llevase a cabo la elección, sin poder salir salvo en caso de enfermedad. Para evitar presiones externas (o, más bien, para meterles más presión) les quitaríamos los móviles, tabletas junto con cualquier otra cosa que les permitiera tener contacto con el exterior (con esto alguno seguro que ya está dispuesto a votar a quién hiciera falta). Y que nadie piense que se reformaría el edificio para crear dormitorios. Allí estarían todos arrebujados, con todo lo más unos lienzos de tela colgados para darles algo de intimidad.

Además durante las discusiones estarían prohibidas las promesas o sobornos, ni se le podría forzar a ningún candidato a comprometerse a hacer algo una vez elegido presidente.

Ciertamente estas últimas condiciones no parece que facilitaran llegar a un acuerdo, pero para eso tenemos los incentivos: si al tercer día no se ha llegado a ningún acuerdo las comidas se reducirían a sólo una al día. Y si al noveno siguen si decidirse se les dejaría a pan y agua hasta llegar a un acuerdo.

No sé vosotros, pero para mí que después de un par de semanas a pan y agua, sin móvil, sin poder salir y teniendo que aguantar los ronquidos del diputado de al lado todas las noches, me da a mí que a alguna decisión llegarían.

Otra cosa será que luego no nos arrepintiéramos del resultado, claro.



Fuentes


La verdad es que estuve bicheando bastante por la web y hay alguna página que no recuerdo. Concretamente hay una que explicaba la Ubi periculum con más detalle, pero no he sido capaz de volver a encontrarla (nota mental: la próxima vez que vea algo interesante añadirla a favoritos). Quitando esto la información ha salido básicamente de las páginas de Wikipedia Elección Papal de 1268-71 y Ubi periculum (esta última en inglés).

miércoles, 31 de agosto de 2016

Lucio Domicio Enobarbo o cuando es mejor pensarlo dos veces antes de actuar

Leyendo una biografía de Julio César me he encontrado con una curiosa anécdota. Su protagonista es Lucio Domicio Enobarbo, un aristócrata romano que hubiera deseado haberse parado a pensar un poco antes de actuar. En particular en cosas como, por ejemplo, su propio suicidio.

Estamos en el año 49 a.C. Julio César acaba de cruzar el Rubicón, iniciando una guerra civil y, de paso, creando una expresión que sigue usándose 2.000 años después. Para detenerle el Senado confía en su antiguo aliado Cneo Pompeyo Magno. Pompeyo es consciente de que César tiene ventaja en Italia, mientras que las fuerzas del Senado son mayoría fuera de la península. Así que ordena una retirada hacia Grecia, donde espera reclutar un ejército con el que aplastar la insurrección. Le acompañan numerosos senadores, que abandonan la península a regañadientes.

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Julio César frente al río Rubicón. El derecho romano fijaba que ningún general podía cruzarlo al frente de sus tropas. Al franquearlo César se declaraba en rebeldía e iniciaba la Segunda Guerra Civil de la República Romana.
No está entre ellos Lucio Domicio Enobarbo. Miembro de una importante familia aristocrática, Domicio tiene una inquina personal hacia César. Sus últimos años han sido una continua lucha política contra él y sus aliados. Una lucha bastante poco afortunada, además. Por si fuera poco acababa de ser nombrado gobernador de la Galia, sustituyendo al propio César, y por culpa de la rebelión no iba a poder disponer de su cargo. Ser gobernador significaba todo un honor, una posición de poder y confianza por parte del Senado. Eso sin tener en cuenta la posibilidad de llenarte los bolsillos hasta arriba estrujando todo lo posible a tus gobernados. Pero por culpa de ese traidor va a quedarse compuesto y sin provincia.

La cólera le domina. No va a retirarse con el rabo entre las piernas; se enfrentará a César y le parará los pies, demostrando de lo que está hecho un auténtico romano. 

jueves, 14 de julio de 2016

Corsarios, comerciantes y contrabandistas, una separación bastante porosa

Recientemente he terminado de leer Piratas: filibusterismo y piratería en el Caribe y en los Mares del Sur (1522-1725), de Jean-Pierre Moureau. Y aunque no me ha terminado de convencer sí he descubierto algunos datos que me han resultado bastante curiosos, de esos que según leía iba pensando esto tengo que contarlo en el blog. Por cierto, que aunque de Moureau se vende como un análisis de la piratería en general, en realidad se centra en los corsarios franceses, así todo lo que voy a contar se refiere a este país y al periodo que abarca los siglos XVI y XVII.

Para empezar hay que distinguir entre corsarios y piratas. Por si alguien no lo tiene claro, un pirata sólo busca su propio provecho, asaltando, robando y matando para conseguirlo, mientras que el corsario... bueno, el corsario sólo busca su propio provecho, asaltando, robando y matando para conseguirlo. La diferencia es que el corsario tiene permiso: una patente de corso por la que el rey, a través de un almirante o gobernador, le autoriza a atacar barcos, ciudades o haciendas de sus enemigos. Mientras que el pirata es la escoria de los mares, perseguido por todos, el corsario es (o se supone) un honrado emprendedor que ha visto una oportunidad de negocio al tiempo que cumple con un servicio hacia su país. País que, de camino, cobra impuestos sobre el botín conseguido.

Marooned (close up)
Pirata abandonado en una costa perdida, un castigo reservado a aquellos que se rebelaban o cometían alguna falta grave. Debía ser bastante habitual, pues lo ingleses llegaron a acuñar un término para designar la acción: marooning (dibujo de Howard Pyle).

Corsarios y comerciantes


Una cosa que he descubierto con la lectura es que, aparte de los corsarios de guerra, había otro grupo bastante más minoritario que acababan en el corso casi sin haberlo buscado. Lo formaban comerciantes cuyo barco había sido asaltado por fuerzas extranjeras. El agraviado podía presentar su caso ante las autoridades y, tras un proceso que podía alargarse meses, si estas juzgaban que, en efecto, el ataque había sido injusto le entregaban una carta de represalia que le autorizada a recuperar lo perdido tomándolo por la fuerza del país agresor. Pero no así a lo loco, que aquí somos gente honrada (que autorizamos a asaltar a cualquier barco o ciudad sin provocación previa, pero honrada): sólo podría ejercer el corso hasta saquear, perdón, hasta resarcirse de una cantidad igual a la que se había juzgado como perdida. Además a la vuelta debía presentar sus capturas para que la autoridad le diera el visto bueno (y cobrar su parte, que aquí no se daba nunca puntada sin hilo).

Estos patentes de corso a modo de represalia podían darse incluso durante periodos de paz. Aquí uno puede preguntarse (al menos yo lo hice): si habían acabado las hostilidades, ¿cómo se había producido el agravio original? Y no menos importante, ¿no echarían a perder este tipo de acciones la paz tan duramente conseguida?

jueves, 27 de febrero de 2014

Los dioses de la semana inglesa

Nadie sabe a ciencia cierta por qué la semana tiene siete días, pero independientemente de cuántos fueran había que ponerles nombre. Todavía recuerdo cuando me enteré de que en castellano provenían de los dioses romanos y me pasé varios días discurriendo qué dios había prestado su nombre al Domingo (ese tipo de pequeños problemas que dejaron de tener sentido con el advenimiento de Internet).

Sin embargo hasta hace bastante poco no me ocurrió que algo similar debía haber ocurrido con los días de la semana en inglés. A pesar de la obviedad de que todos acabasen en day nunca me pregunté ¿día de qué, o de quién? Hasta que hace un par de años descubrí que estos nombres están relacionados con los antiguos dioses germánicos.

Y como la mitología es uno de mis hobbies, ¿por qué no hacer un pequeño repaso a los dioses que homenajea la semana inglesa y, de camino, contar alguna pequeña historia sobre cada uno? O, más bien, de sus equivalentes en la mitología nórdica, mejor conocida. Así surgió la idea de hacer una serie de entradas. La primera, ésta que estáis leyendo, contando a qué dios germánico homenajea cada día de la semana y en qué dios nórdico se convirtió. Posteriormente vendrán entradas dedicadas a cada uno de ellos, incluyendo alguna de sus leyendas asociadas.

sábado, 21 de diciembre de 2013

¿Por qué debería morirme?

Después de haber interrumpido por un tiempo su lectura para documentarme para la próxima entrada del blog, he vuelto a The Rise and Fall of the British Empire de Lawrence James, donde he encontrado esta simpática anécdota. Se refiere al rodaje de Las cuatro plumas (1939), de Zoltan Korda. El gobierno era consciente de la importancia de películas que diesen una buena imagen del Imperio, así que 
"... las autoridades sudanesas prestaron a Korda 4.000 askaris [soldados nativos] y el East Surrey Regiment para la espectacular recreación de la batalla de Omdurman que marcaba el clímax de Las cuatro plumas. El gobierno sudanés también ayudó a conseguir un gran número de guerreros Hadanduwa (Fuzzy-Wuzzies), que añadieron un llamativo toque de autenticidad a las secuencias bélicas. Según una información sobre la película que apareció en el Picture Post, fue difícil convencer a estos orgullosos hombres de que muriesen. Uno preguntó: '¿Por qué debería morirme? ¡Yo luché en la auténtica batalla de Omdurman y no morí!' Finalmente fue persuadido de que una muerte cinematográfica no era motivo de vergüenza  y accedió."

La batalla de Omdurman en Las cuatro plumas (fuente).

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Más cornás da la enfermedad que el enemigo

Como habréis deducido de mi anterior entrada, estos días estoy leyendo The Rise and Fall of the British Empire, de Lawrence James. Me han llamado mucho la atención las siguientes líneas sobre los problemas de la Royal Navy durante la Guerra de los Siete Años (1756-1763):
"...la armada necesitaba encontrar y mantener marineros para servir en sus barcos, muchos de los cuales debieron hacerse a la mar sin sus dotaciones completas. El mayor problema eran las bajas: de 70.000 hombres reclutados entre 1756 y 1759, 12.700 desertaron y una cantidad ligeramente mayor fallecieron por enfermedad. En contraste, 143 murieron como consecuencia de enfrentamientos con el enemigo entre 1755 y 1757."

domingo, 10 de noviembre de 2013

Si vas a Virginia llévate una rebequita (y algo de tabaco)

Estamos en Inglaterra, a comienzos del siglo XVII. En 1604 se firmó la paz con los españoles dejando un montón de emprendedores ociosos en busca de una nueva empresa en la que embarcarse. ¿Y qué mejor oportunidad que empezar una nueva vida al otro lado del océano? En abril de 1607 un primer contingente de 105 colonos embarca bajo la bandera de la recientemente fundada Compañía de Virginia bajo la promesa de encontrar la prosperidad en una fértil tierra con un agradable clima templado.

Jamestown, fundado por los colonos de la Compañía de Virginia, fue el primer asentamiento británico permanente en Norteamérica.

Un momento, ¿clima templado en Virginia? Posiblemente fuera exagerar un poco para un lugar donde se alcanzan 30º C en verano y -3º C en invierno. Y si además llegaba un invierno especialmente duro, como el de 1609-10, no era de extrañar que alguno de ellos llegara a afirmar que preferiría perder los miembros y mendigar en las calles de Londres antes que permanecer en Virginia.

Podríamos sospechar que nos encontrábamos con un temprano caso de publicidad engañosa, y que tal vez los miembros de la Compañía de Virginia habían exagerado un poco con vistas a conseguir voluntarios. Sin embargo no era así, y sus gestores estaban tan decepcionados como los propios colonos. La causa fue el conocimiento aún incompleto de los mecanismos del clima.

El error había sido suponer que, al compartir Virginia la misma latitud que España, ambos territorios debían tener un clima similar. De hecho los planes para la colonia eran desarrollar cultivos mediterráneos que permitieran reducir las importaciones de la metrópoli de Francia y España. Incluso se llegó a elaborar un plan para plantar olivos.

Glade-creek-west-virginia-winter-snow-pub - West Virginia - ForestWander
Invierno en Virginia. No sé, no termino yo de ver aquí los olivos (Fotografía de ForestWander. Wikipedia)

Ante estas cicunstancias no debería extrañarnos que en 1624 la Compañía de Virginia acabara disuelta. Y sin embargo la culpa no fue de la mala planificiación inicial, sino por disputas entre los inversores y a que el rey Jacobo I le retirara su favor descontento por la tendencia de la colonia hacia el gobierno popular.

De hecho cuando se disolvió la compañía Virginia iba camino de convertirse en uno de los territorios más prósperos de la corona británica, gracias a la apuesta por un nuevo cultivo que sí se adaptaba perfectamente a su clima y terreno: el tabaco. Fueron las plantaciones de Virginia las que consiguieron convertir un artículo de lujo en un producto popular. El éxito fue tan grande que al llegar el cambio de siglo el 20% de los impuestos por aduanas de Inglaterra provenían del tabaco (a pesar de que una de las cosas que Jacobo I le echara en cara a la Compañía de Virginia fue el iniciar el cultivo de aquel producto maloliente).

Este formidable aumento de plantaciones de tabaco requería una considerable mano de obra, más de la que podía encontrarse en la colonia. La solución fue importar convictos de la metrópoli: vagos, maleantes, prisioneros de las guerras civiles y rebeldes capturados en las insurrecciones de Escocia e Irlanda. Estos trabajadores forzosos podían llegar a ser comprados por entre 15 y 20 libras y después unos años de labor se les condecía la libertad, tras lo cual algunos decidían empezar una nueva vida en Virginia.

A pesar de que este sistema de trabajos forzados se fue haciendo cada vez más popular, acabó revelándose insuficiente para las demandas de las plantaciones, desembocando en el inicio del comercio de esclavos africanos en Norteamérica.

1670 virginia tobacco slaves
Esclavos trabajando en una plantación de tabaco de Virginia en 1670 (Wikipedia).

Fuentes:
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