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jueves, 1 de marzo de 2018

La cuarta cruzada

Hace poco releí una de los primeras entradas históricas del blog, dedicada a la cuarta cruzada. Tras estos años el estilo, demasiado solemne, me rechinaba un poco, así que me dio por volver a hablar de ella, esta vez con más humor, en un hilo de Twitter. Así es como quedó.

¿Sabíais que hubo una cruzada cuyos integrantes acabaron excomulgados por el Papa? La Cuarta Cruzada se guio por el puro interés económico y acabó en un desastre casi sin precedentes para la cultura occidental.
En 1198 el Papa Inocencio III llamó a la cristiandad a recuperar Jerusalén. Desafortunadamente la cristiandad tenía otras cosas en la cabeza. Las cruzadas eran algo muy del siglo XII y, a punto de empezar el XIII, a duras penas conseguían ser trending topic. Además, se había escogido como primer objetivo Egipto, que se suponía un punto débil del infiel. Pero que, donde va a parar, como objetivo molaba mucho menos que Jerusalén.
–Godofredo, ¿se puede saber dónde vas con la armadura de los domingos?
–¡Me voy de Cruzada! *tose* *habla más bajito* A Egipto.
–¡Pero a ti que se te ha perdido en Egipto! Anda, quítate eso antes de que la abolles y vete a cobrar impuestos, que el niño no se va a hacer obispo sólo por su cara bonita.
Os hacéis una idea, ¿no?
Total, que un día 1202 llegó la hora de embarcar y, con los poquitos que estaban, no les daba para pagar a los venecianos. Y los venecianos podían ser buenos cristianos, pero si les dabas a elegir entre la cristiandad y el negocio igual tardaban un poco en decidirse.
Y como el negocio es el negocio, el Dogo de Venecia hizo a los cruzados una oferta que no iban a poder rechazar: os perdonamos lo que falta pero, a cambio, damos un rodeíto y aprovecháis para conquistarnos Zara (la ciudad, se entiende).
–Pero es que Zara es una ciudad cristiana.
–Sí.
–Y nosotros somos cruzados.
–Ya. Cruzados sin barcos, os recuerdo.
–Y los cruzados no luchan contra cristianos.
–Sin. Barcos.
Y allí que se fueron a conquistar la estratégica ciudad de Zara, en el Adriático, al rey de Hungría. Cuando se supo la noticia cundió la indignación. Tanto que el Papa excomulgó a los supuestos defensores de la fe, aunque posteriormente restringió la excomunión sólo a los venecianos.
–Bueno, ya os hemos conquistado Zara.
–Sí.
–Así que ahora tenéis que llevarnos a Egipto.
–Claro. ¡Qué es eso!
–¿Qué?
–¡Detrás de ti, un mono con tres cabezas!
–¿Pero….? Ahí no hay nada. Espera, ¿este quién es?
–Te presento a Alexius IV, futuro emperador de Bizancio. Con nuestra ayuda.
Alexius era hijo del anterior emperador, que acababa de ser depuesto por su hermano. Recién fugado de la cárcel se había acercado a Zara a ver si conseguía una ganga (no he podido evitarlo) que le permitiera reconquistar el trono.
A los venecianos les vino como caído del cielo. Acababan de firmar un acuerdo comercial con Egipto (¿recordáis lo que os dije antes del cristianismo y el comercio?) y no era plan de soltar a un puñado de cruzados sedientos de sangre en la puerta de un socio, ¿verdad? Además Bizancio había pasado de ser socio comercial privilegiado de la Serenísima a dar cada vez más facilidades a sus competidores genoveses y pisanos. Así que, ¿qué mejor que un pelele, perdón, un emperador que les debiera su trono para renegociar los acuerdos y echar a los advenedizos?
No costó mucho convencer a los cruzados: que si los bizantinos no eran cristianos como Dios manda, que si con la ayuda bizantina se podría ir por Anatolia hasta Tierra Santa, que si los bizantinos eran muy ricos… ¿He dicho ya que los bizantinos eran muy ricos?
Total, que venecianos y cruzados se plantaron en Constantinopla, la tomaron al asalto y nombraron a Alexius emperador. Lo que sucedió a continuación os sorprenderá.
¿Os podéis creer que los habitantes de la ciudad no sólo no agradecieron a los cruzados que asaltaran su ciudad, depusieran al emperador y pusieran a un títere en su lugar, sino que además intentaron echarlos? Como lo oís. Qué gente más desagradecida. Así que cruzados y venecianos se vieron “obligados” a volver a tomar la ciudad. Pero nada de “venimos como amigos, os traemos a un emperador chupiguay”. Ahora era por las malas.
Cuando pasaron los preceptivos tres días de (sangriento) saqueo la ciudad y, por extensión, el Imperio, habían quedado hechos unos zorros. Venecia se hizo con varias islas y puertos y, con los restos, los cruzados crearon el nuevo (y efímero) Imperio Latino.
En el saqueo de Constantinopla se perdieron los frutos más de mil años de historia. Nunca sabremos cuánto de la herencia clásica desapareció en esos tres días. Una pérdida sólo comparable con el incendio de la biblioteca de Alejandría.
Lo poco que se salvó fue en gran parte por los propios venecianos, que mientras los cruzados saqueaban se dedicaron a arramblar con todo lo que pudiera tener interés para llevarlo de vuelta a su ciudad. Como los caballos de bronce que adornaba el hipódromo, que todavía hoy se pueden ver en la basílica de San Marcos.

Las consecuencias ser harían notar en los siglos siguientes. Bizancio llevaba casi 1000 años haciendo de puente entre Europa, África y Asia, y protegiendo a la primera de los embates de persas primero, y del Islam después. Sin Bizancio los turcos tuvieron las puertas abiertas para construir un Imperio que acabaría amenazando el corazón de Europa y entre cuyos principales damnificados tuvo, precisamente, a los venecianos, que fueron expulsados del Mediterráneo Oriental. Justicia poética, al final fueron responsables de su propio decline.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Una elección complicada

El puesto político más alto al que podía optar un ciudadano de la República de Venecia era el de Dogo o Dux La primera elección para el cargo tuvo lugar en el año 697, y marca el nacimiento de la República. Inicialmente todos los ciudadanos podían intervenir en la asamblea que escogía al Dogo (honor que, salvo renuncia, era vitalicio). Sin embargo el sistema se fue complicando, al tiempo que se eliminaba el voto popular para dejarlo en manos de la oligarquía, hasta que el S. XIII se había convertido en algo, cuando menos, llamativo.

Flag of Most Serene Republic of Venice
Bandera de la Serenísima República de Venecia.
El día de la elección el miembro más joven de la Signora (un consejo de estado 7 miembros incluyendo al Dogo) iba a rezar a San Marcos. Una vez su alma en paz, debía detener al primer joven que se encontrase al salir de la Basílica y llevarlo consigo al palacio del Dogo, donde se encontraban reunidos los miembros del Gran Consejo (480 representantes de ciertas familias de la nobleza) de más de treinta años. Este joven recibía el nombre de ballotino, y era la mano inocente que debía sacar las papeletas en los sorteos que tendrían lugar a lo largo del día.

En el primero de los sorteos la primera elección se seleccionaban 30 miembros del Gran Consejo. Un nuevo sorteo reducía este número a 9, los cuales debían elegir a 40 con la condición de que cada uno de ellos debía recibir al menos siete votos. Una vez elegidos los 40 se celebraba un nuevo sorteo que reducía su número a 12, que a su vez elegirían otros 25, que debían recibir al menos 9 votos. De estos 25 el ballotino debía escoger los nombres de 9, que a su vez votaban a otros 45, con al menos 7 nominaciones cada uno. Otra vez se ponía en acción el ballotino, que debía reducir este número hasta 11, que volvían a votar a 41, con 9 o más votos cada uno. Estos 41, al fin, serían los que debían elegir al nuevo Dogo.

Resumiendo un poco, el proceso sería el siguiente:

Gran Consejo -> sorteo votación -> 30 -> sorteo -> 9 -> votación -> 40 -> sorteo -> 12 -> votación -> 25 -> sorteo -> 9 -> votación -> 45 -> sorteo -> 11 -> votación -> 41 -> votación -> Dogo.

Parece un poco complicado, ¿no? Y más teniendo en cuenta que esto eran sólo los preliminares, todavía faltaba la elección del Dogo en sí.

Originalmente el número de electores en esta última fase era de 40, pero se aumentó en uno más desde que cierta vez tuvo lugar un empate a 20 (habría que haber visto la cara de los electores cuando se anunció el empate después de todo lo que llevaban montado hasta ese momento). Los 41 asistían a misa e, individualmente, juraban que actuarían de manera honesta y adecuada, por el bien de la República. Luego eran encerrados en el palacio, cortando toda comunicación con el exterior y vigilados día y noche por una fuerza especial de marineros hasta que hicieran su trabajo.

Cada elector escribía el nombre de su candidato en un papel y lo dejaba en la urna. Se elaboraba entonces una lista con todos los candidatos propuestos, independientemente de el número de nominaciones de cada uno. Cada nombre de la lista se escribía en una papeleta y se colocaban en otra urna, de la que se extraía uno. Si el candidato elegido estaba presente, se retiraba junto con cualquier elector que llevara el mismo apellido, y los restantes procedía a discutir su idoniedad. Después, se le llamaba de vuelta para responder a las preguntas que los electores quisieran hacerle y para defenderse de cualquier acusación.

Procesión del Dogo de Venecia.
Tras esto se efectuaba una votación: si obtenía 25 votos ¡enhorabuena, eres el nuevo Dogo! En otro caso se extraía un nuevo nombre de la urna, y así sucesivamente.

¿Qué razón tenían los venecianos para desarrollar un sistema de voto tan complicado (por llamarlo de alguna manera)? El motivo hay que buscarla en el comportamiento de los primeros dogos. Estos tuvieron la malsana costumbre de asociar a sus hijos al cargo esperando convertir el cargo en hereditario.

Tras estas primeras experiencias los venecianos fueron poco a poco modificando el método de elección, con el objetivo de evitar que ninguna familia o persona utilizase su dinero, influencia, poder o fama (por ejemplo, un general victorioso) para hacerse con el poder. Podríamos pensar que tal vez se pasaran un poco de rosca, pero lo cierto es que, con medidas como esta, Venecia fue la única república italiana que consiguió mantener sus instituciones a salvo de tiranos durante sus once siglos de existencia.

Fuente: Historia de Venecia de John Julius Norwich.

domingo, 11 de octubre de 2009

La Cuarta Cruzada (2)

En una entrada anterior ya comentamos como los cruzados se concentraron en 1202 en Venecia, con la que había acordado el uso de su flota, antes de partir hacia Egipto. Pero el número de alistados fue menor del esperado y no lograron reunir el dinero prometido a los venecianos. Desesperados, y ante la amenaza de ver cortados sus suministros, aceptaron la propuesta veneciana de suspender parte del pago a cambio de ayudarles a conquistar la estratégica ciudad de Zara, en manos del rey de Hungría. La toma de Zara supuso el uso de un ejército cruzado contra un rey cristiano, lo que les valió la excomunión del Papa, que luego se restringió sólo a los venecianos. Pero eso era sólo un esbozo de que este ejército de Dios sería capaz de hacer.
El Dogo de Venecia en ese momento era Enrico Dandolo. Había sido elegido con setenta años y era prácticamente ciego, pero aún así contaba con una gran energía y había decidido acompañar a la expedición. La historia de su ceguera se relaciona con un episodio no muy claro en sus tiempos de embajador en Constantinopla, que le había provocado un serio resentimiento hacia los bizantinos. Dandolo convenció a los cruzados de pasar el invierno en Zara, mientras buscaba la manera de desviarlos de su objetivo. Venecia había firmado hacía poco un acuerdo comercial con Egipto y no tenía ningún interés en atacar a su socio.
La solución le vino en bandeja cuando apareció en el campamento Alexius IV, hijo del anterior emperador bizantino y sobrino del actual, que había alcanzado el poder tras derrocar y encarcelar a su hermano. Alexius IV había logrado escapar de prisión, y tras un periplo por Europa acabó en Zara ofreciendo a los cruzados el oro y el moro a cambio de ayudarle a derrocar a su tío. Sin embargo, el precio que tendrían que pagar él y su país por esta ayuda sería mayor del que Alexius podía imaginar.

domingo, 4 de octubre de 2009

La Cuarta Cruzada (1)

A pesar de que aún mantienen un cierto halo romántico, las cruzadas, como toda guerra, estuvieron plagadas de sangrías y hechos vergonzosos. Pero dentro de su leyenda negra posiblemente el lugar más destacado lo ocupe la Cuarta Cruzada: una expedición contra el infiel que acabó, por medio de engaños, bañándose en la sangre de miles de cristianos.
Venecia, año 1202. Un ejército cruzado acampa en la pequeña isla del Lido, esperando a embarcar hacia Egipto. Señalado como el punto débil del sultanato islámico, Egipto se cree peor defendida que Siria, es una provincia muy rica y una buena base desde donde acometer sobre Palestina.
Los cruzados están hartos de esperar. Han acudido muchos menos de los que se esperaban y no tienen el dinero prometido a los venecianos a cambio del apoyo de su flota. Los venecianos son, ante todo, mercaderes, y no están dispuestos a poner en juego sus naves sin recibir una buena compensación. Además, amenazan con cortar los suministros si no reciben lo acordado.
Lo que los cruzados no saben es que  Venecia acaba de firmar un beneficioso acuerdo comercial con Egipto. Lo último que quiere ahora es un ataque contra su nuevo socio, con el que se ha comprometido a no emprender ninguna acción militar en su contra.
Cuando más tensa está la situación el Dogo de Venecia ofrece una solución a los líderes cruzados: llevarán a su ejército a pesar de que el pago no llegue al estipulado… a cambio de un favor. Hace no mucho que Venecia ha perdido la estratégica ciudad de Zara, en la actual Croacia, a manos del rey de Hungría. Los cruzados deberán ayudarles a recuperarla de camino a Egipto.
Esto supone usar el ejército de Dios para atacar a otro rey cristiano. Algunos se revelan contra la idea, pero los líderes de la cruzada, puestos entre la espada y la pared, aceptan. Cuando el Papa se entera ordena que se retracten, pero es demasiado tarde; cuando llega su mandato Zara ha caído. Enfadado, el Papa excomulga a cruzados y venecianos. Aunque luego reconsiderará su postura y mantendrá la excomunión sólo contra los venecianos, durante un tiempo se da la circunstancia de que un ejército creado para luchar en el nombre del Señor ha sido apartado de su Iglesia por su representante en la Tierra.
Y, sin embargo, la toma de Zara no era nada comparado con lo que venecianos y cruzados serían capaces de hacer más adelante.
Fuentes:
A History of Venice, de John Julius Norwich.
A History of the Crusades, de Steven Runciman.
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