miércoles, 3 de enero de 2018

Gotham: de pueblo de locos a ciudad de Batman


Gotham, un nombre que trae a la cabeza callejones oscuros donde un justiciero enmascarado lucha por la justicia. Sin embargo, ¿qué pensáis si os digo que durante varios siglos su nombre estuvo asociado a chistes de gente torpe o de pocas entendederas?

Batman intentando recordar dónde aparcó el batmóvil.
(Ilustración de Jaime Rama para la película Batman, el caballero oscuro. Fuente).

Los hombres sabios de Gotham


El origen del nombre de Gotham nos lleva varios siglos atrás en el tiempo y al otro lado del océano, hasta la Inglaterra medieval. Allí podían oírse chistes como "Un hombre llega al mercado montado a caballo con dos sacos de trigo sobre los hombros. Cuando le preguntan por qué carga con los sacos él responde que es para no cansar al caballo", o como el inquilino que, como sus pagos se estaban retrasando, decide atar el dinero a un liebre para que fueran más deprisa.

"A una liebre, ¿lo pillas? Porque las liebres van rápido y él se estaba retrasando. Bueno, el dinero era lo que se retrasaba... Déjalo, no sé por qué sigo intentándolo."

Hoy en día puede que no nos resulten muy graciosos, aunque supongo que en una sociedad donde tu principal preocupación era no morirte de hambre y frío en invierno no era muy exquisitos con el subtexto. Pero lo que nos interesa aquí es lo que estos y otros chistes tenían en común; estaban protagonizados por ciudadanos de Gotham, un humilde pueblo del condado de Nottingham. La fama de los hombres sabios de Gotham fue tal que incluso se hicieron recopilaciones, como el Merrie Tales of the Mad Men of Gotham, publicado en el siglo dieciséis. Sin embargo, si buceamos en el origen de la historia nos encontramos con que los hombres de Gotham resultaban ser bastante más inteligentes de lo que indicaba su fama.
Retrocedemos hasta el siglo doce, cuando el rey Juan I de Inglaterra (sí, el de Robin Hood, pero esto no tiene nada que ver con él) decide acercarse a visitar la ciudad de Nottingham (sí, la del sheriff de Robin Hood, pero ya os he dicho que no tiene nada que ver). Por el camino debía pasar por la villa de Gotham.

King John from De Rege Johanne.jpg
El rey Juan I de Inglaterra cazando un ciervo mientras hace malabares con rectángulos dorados.
De The National Portrait Gallery History of the Kings and Queens of England de David Williamson (fuente).

Pero cuando apareció el heraldo del rey su acogida no fue lo que podríamos calificar de amable, hasta el punto que tuvo que salir del pueblo a toda velocidad esquivando las pedradas de los lugareños. ¿Qué tenían los ciudadanos de Gotham en contra del rey Juan? (Y no me vengáis otra vez Robin Hood, hay que ver la obsesión que tenéis con el tema.)
La razón de esta inquina era que, por ley, camino por donde pasara el rey, camino que se convertía en camino real, obligando a los habitantes de la zona a hacerse cargo de su mantenimiento. El rey Juan no se tomó nada bien el trato dado a su mensajero y despachó un puñado de caballeros a dar un escarmiento a los habitantes de Gotham y, de paso, recordarles el puesto que tenía cada uno en la pirámide feudal.
Los ciudadanos de Gotham, una vez pasado el calentón, empezaban a darse cuenta del lío donde se habían metido. Una cosa era tirarle piedras a un mensajero y otra muy distinta enfrentarse a un puñado de tanques a caballo. Y aquí entró en juego el ingenio que acabaría haciéndoles famosos.
Libro de chistes sobre los lunáticos de Gotham.
Cuando los caballeros llegaron al pueblo notaron que algo raro pasaba. En lo alto de una colina colina unos aldeanos arrojaban quesos rodando para que fueran ellos solos a venderse al mercado de Nottingham; otro intenta atrapar el reflejo de la luna en un río; más allá habían subido varios carros al techo de un granero para que le dieran sombra; unos cuantos estaban clavando estacas alrededor de un arbusto para atrapar al cuco que estaba posado en él... Allá donde mirasen los ciudadanos estaban realizando las tareas más estrafalarias y faltas de sentido.
Asustados dieron media vuelta y corrieron a avisar a su señor. En aquella época se creía que la locura era contagiosa, así que antes que arriesgarse a contraerla el rey Juan decidió dar un rodeo y evitar la ciudad.
La treta acabó dando fama a la ciudad, con un dicho según el cual en Gotham son más tontos los que cruzan la villa que los que viven en ella, y que acabó derivando en una fama de simples que les hizo protagonistas de numerosos chistes.


El nombre cruza el océano


Tan popular se hizo el nombre y su asociación a un comportamiento absurdo que el escritor del siglo XIX Washintong Irving lo utilizó para denominar a su ciudad natal, Nueva York, en el periódico satírico Salmagundi. El nombre hizo fortuna y se popularizó como forma de denominar a los bajos fondos de la ciudad o, por extensión, a la ciudad entera.
Varias décadas después el escritor Bill Finger buscaba un nombre para la ciudad de Batman. Su inspiración era Nueva York, pero querían cambiar el nombre. Capital City o Coast City fueron descartados, hasta que un día, mirando una guía telefónica, se encontró con Joyeros Gotham. El nombre era idean, sonoro y con reminiscencias oscuras, y así quedó nombrada la ciudad del justiciero.
La relación entre ambas Gothams ha sido algo aceptado. El alcalde de Nueva York Giulliani escribió una carta a la Gotham inglesa reconociendo las raíces de su ciudad, y el pueblo fuera parada para el elenco de Batman cuando estaban promocionando la película por Inglaterra.

Embed from Getty Images
Escultura de la ciudad de Gotham que rememora la historia de sus hombres sabios, con un Batman trepando por el lateral.

 

Fuentes:


La historia de los hombres sabios de Gotham la descubrí viendo el documental Terry Jones' Medieval Lives: The peasant. A partir de ahí me puse a investigar y encontré un artículo de la BBC sobre Gotham y otro sobre sus hombres sabios. Y, por supuesto, las entradas de la Wikipedia (en inglés) sobre la Gotham real, la Gotham de Batman y los hombres sabios de Gotham.

martes, 21 de noviembre de 2017

El rey, el heredero, el guapo y la infanta III: Las consecuencias


Supongo que debería empezar esta tercer y última entrada con algo tipo "En anteriores episodios de El rey, el heredero, el guapo y la infanta...", pero lo mejor es que si acabas de llegar primero eches un vistazo a la presentación de los personajes y a la historia de la aventura en España del heredero y el guapo.

El recibimiento


En el último episodio de El rey, el heredero, el guapo y la infanta habíamos dejado al príncipe Carlos inclinado sobre la borda del barco que le llevaba de vuelta a Inglaterra, quizás pensando en el recibimiento que le esperaba en casa. No en vano había puesto en peligro al heredero y único hijo del rey lanzándose voluntariamente a las manos de una potencia extranjera.
Uno podría esperar que el recibiendo de Carlos en Inglaterra sería el equivalente real de un cachete y un "Y a ver si la próxima vez nos lo pensamos un poquito antes de hacer nada". Todo lo contrario. El pueblo lo recibió como un héroe: cinco meses después de su huida el príncipe volvía de manos de los pérfidos papistas sin haber cedido un ápice en sus convicciones. A su paso se encendieron fuegos y reunieron multitudes para celebrar el regreso, componiéndose coplillas y rimas para la ocasión, como la que decía

On the fifth day of October
it would be treason to be sober.
El buen recibimiento no enfrió el enfado de Carlos. Si Felipe IV y Olivares pensaban sacar provecho de la visita del príncipe no pudieron medir peor las consecuencias.
Pero aquí vamos a aprovechar para cerrar el círculo y, al igual a cómo hicimos en su presentación, nos detendremos en cada uno de los protagonistas por separado.


Las consecuencias


El rey


Probablemente el más contento con el final de la aventura española del príncipe fue su padre: finalmente había logrado recuperar a su hijo y a su..., a su... bueno, a su favorito, el Duque de Buckingham. Pero los dos jóvenes ya no eran los mismos; volvían de España llenos de resentimiento y deseos de venganza.
Jacobo encontró cada vez más difícil mantener la política conciliadora que había caracterizado su reinado. Carlos maniobró en la corte y el Parlamento, usando a Buckingham para mantener a su padre apartado de Londres, en pos de una declaración de guerra contra España.
De esta época data una carta del rey a Buckingham en la que muestra el aprecio que sentía hacia su favorito:
"No puedo evitar enviarte esta carta, rezando a Dios porque pueda tener un alegre y agradable encuentro contigo, y que podamos celebrar esta Navidad un nuevo matrimonio que se mantenga en el futuro. Porque, así quiera Dios, lo único que deseo es vivir en este mundo para tu bien, ya que prefiero antes vivir desterrado en cualquier lugar de la tierra contigo antes que vivir una triste vida de viudo sin ti. Que Dios te bendiga, mi dulce niño y esposa, y permita que prestes siempre confort a tu padre y esposo."

Mientras la guerra se acercaba la salud del rey se deterioraba, hasta su fallecimiento el 24 de marzo de 1625. Sus contemporáneos no tuvieron en gran aprecio su reinado. Su carácter dubitativo, sus enfrentamientos con el Parlamento y sus desmesurados gastos ocultaron un importante hecho: sus veintidós años de reinado fueron, en general, pacíficos, un fenómeno raro en la historia de Inglaterra y casi de cualquier país europeo de la época. Una paz que sus súbditos no iban a tardar en echar en falta.
Aunque hoy en día su nombre aparece asociado a la traducción de la biblia que encargó y que lleva su nombre, siendo aún hoy en día la oficial de la Iglesia Anglicana.


sábado, 7 de octubre de 2017

El rey, el heredero, el guapo y la infanta II: La aventura


En la entrada anterior os contaba como, en una Europa dividida por los conflictos religiosos, el príncipe Carlos de Inglaterra se lanzó a una aventura en pos de una generosa dote que sacara a su padre de sus apuros económicos el amor.

El viaje


En febrero de 1623 el príncipe Carlos y George Villiers, duque de Buckingham, abordan al rey Jacobo I con su plan: viajarán de incógnito a España para pedir la mano de la infanta María Ana, hija de Felipe IV. El rey, fiel a su carácter errático, les dice que sí para desdecirse al día siguiente. Intenta explicarles que su idea es una locura, que sólo conseguirán poner en peligro sus vidas y convertirse en rehenes en una negociación con España. En vano; Carlos tiene 22 años y todavía cree que una gesta heroica puede hacer más que doce años de negociaciones.
Incluso el Doctor Who lleva
usando el nombre de John Smith
casi desde el inicio de la serie.
El 18 de ese mes el heredero y el guapo emprenden viaje hacia Madrid. Confiaban en sus disfraces: llevaban barbas postizas. Además habían elegido unos nombres que seguro que no llamarían la atención: Tom y John Smith. Como curiosidad John Smith es uno de los nombres que se usa habitualmente en Inglaterra para referirse a alguien cualquiera: "Entonces ese tipo, digamos que se llamaba John Smith..." ¿Os hacéis una idea, no?
Total, que allí iban este par de valientes, con sus barbas postizas y sus nombres a prueba de curiosos, dispuestos a comerse el mundo. Lástima que a estos maestros del disfraz les faltara algo de experiencia fuera de la corte. Por ejemplo, saber que cuando se paga a un barquero con una moneda de oro lo normal es esperar el cambio. El barquero hizo sus cábalas, ¿a dónde irían estos tipos de tan buenas maneras, nombres tan sospechosos y que se desprenden del dinero como si no hubiera un mañana? Así que fue raudo a avisar a las autoridades de que acaba de cruzar a un par de duelistas. Se organizó una partida en su búsqueda que no fue capaz de encontrarlos. Quizás no esperaban que siendo duelistas se molestaran en ir muy lejos. Al menos uno de ellos.
Peor suerte tuvieron al pasar junto a Canterbury. Esta vez sus avezados disfraces y su saber estar hizo que los confundieran, no con duelistas, sino con asesinos. Metidos en semejante embrollo, al duque de Bukingham no le quedó más remedio que quitarse la barba delante del alcalde e improvisar que iba de incógnito a Dover para una inspección sorpresa de la flota.
En Dover les esperaba un barco para cruzar el canal. Luego París y, tras una agotadora cabalgada de dos semanas, Madrid.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

El rey, el heredero, el guapo y la infanta I: Los personajes


Hoy os voy a hablar sobre una de las mayores estupideces gestas realizadas por un príncipe heredero para conseguir esposa: la que llevó, en 1623, al futuro rey Carlos I de Inglaterra a poner en peligro su vida viajar en secreto para obtener la mano de la infanta española María Ana, y como esta estupidez gesta acabó determinando la política de su país.
Hoy os hablaré un poco de los protagonistas y el momento histórico donde se desarrolló tal despropósito aventura, dejando el viaje y sus consecuencias para una próxima entrada.

El escenario


En 1618 comenzó la Guerra de los Treinta años, que durante (adivinad) treinta años convirtió el centro de Europa en un campo de batalla donde se enfrentaron los dos bandos en los que se dividía el continente (aquí tenéis que poner voz de comentarista de boxeo). En esta esquina los antiguos campeones, un aplauso para ¡los reinos católicos!, capitaneados por los Habsburgo (ramas alemana y española). Frente a ellos una joven promesa que aspira a arrebatarles el título: los ¡estados protestantes! (Suecia, Dinamarca, Holanda y un buen puñado de principados alemanes).
Observando atento el combate está Francia, católico de religión, pero dispuesto a aliarse con quién fuera con tal de dar por saco disputarle la hegemonía a España.

Europa en 1600 (fuente).

En este enfrentamiento el rey Jacobo I de Inglaterra había optado por silbar mientras fingía buscar algo evitar involucrarse. Su pueblo clamaba por ayudar a los estados protestantes, pero su política vacilante giraba alrededor un hecho fundamental: su crónica falta de fondos.


Los personajes


El rey

Jacobo I de Inglaterra y VI de Escocia
por John de Critz. Nótese el gusto por
los adornos de sombrero discretos.
En 1603 los ingleses se encontraban en una disyuntiva. Isabel I acababa de morir sin descendencia y debían elegir entre nombrar un nuevo rey que conociera los usos y costumbres del país u optar por el primero de la línea sucesoria. Que, además, era rey de un país con el que llevaban siglos dándose tortas. Para una monarquía del siglo XVII la elección era obvia (y así de caro lo acabaron pagando), así que Jacobo VI de Escocia acabó convirtiéndose en Jacobo I de Inglaterra.
Cuando Jacobo llegó a su nueva corte quedó asombrado por su lujo y magnificencia. Así que actuó como cualquier persona a la que la falta de liquidez ha enseñado la importancia de saber administrar cada moneda y se puso a gastar como si no hubiera un mañana. A los pocos años había dejado las financias reales en tal estado que apenas era capaz de mantener su lujoso tren de vida, y mucho menos financiar una expedición militar en el extranjero.
Anteriormente los reyes de Inglaterra habían salvado estas situaciones convocando un Parlamento para aprobar un impuesto extraordinario. Lo mismo hizo Jacobo. Varias veces. Sin éxito. Claro, que es a lo que se exponía con un discurso inicial que podía resumirse en: "Soy vuestro rey y quiero dinero. Y rapidito, que ese jabalí no se va a cazar solo". Si además tenemos en cuenta que cuando el Parlamento respondía que vale, pero que primero debía recortar gastos, su respuesta se parecía bastante a enfadarse y amenazar con dejar de respirar, no es extraño que sus peticiones no llegaran a buen término.
Pero Jacobo I tenía un as en la manga: había empezado a urdir en secreto una boda que uniría a su hijo y heredero con la infanta de un país dispuesto a ser muy generoso con la dote. Sólo había un pequeño problema: la candidata era una infanta de España. De la muy católica España. La muy católica España que, para el inglés medio, representaba la tiranía papista, que sólo se diferenciaba del diablo en que el diablo no tenía tropas estacionadas al otro lado del Canal.

El heredero

El futuro Carlos I cuando aún era Príncipe
de Gales, el mismo año en que transcurre
nuestra aventura. Luego se dejaría la barba,
le debió coger cariño durante el viaje.
De llevarse a cabo el enlace, el novio sería el futuro Carlos I de Inglaterra. Carlos había heredado la inconstancia e incapacidad para tomar decisiones de su padre (al que hoy en día probablemente se hubiera conocido como Jacobo I el Procastinador). Además tenía que lidiar con la sombra de su fallecido hermano mayor, enérgico, serio y marcial, del que toda Inglaterra había esperado grandes cosas. Como, por ejemplo, poner a Inglaterra al frente de una alianza que desafiara a los poderes católicos en general y a España en particular.
Así que, ya fuera para distanciarse de la sombra de su hermano, o pensando en que a quien buen árbol se arrima buena sobre le cobija (y por entonces la sombra de España todavía era alargada), Carlos tomó partido decidido por la solución española. Es posible que la considerable dote también tuviera algo que ver.
Claro, que una alianza así no era cosa menor; dicho de otra forma, era cosa mayor (como la cerámica de Talavera). Los españoles ponían como condición que se dejara de perseguir a la minoría católica de Inglaterra, algo que iba a ser algo difícil de vender al Parlamento y al pueblo en general. Entre esto y el carácter poco decidido del rey las negociaciones se alargaron durante doce años sin que la boda pareciera acercarse.
Hasta que Carlos (que entonces contaba con 22 años), harto de dilaciones, decidió pasar a la acción: donde la diplomacia se había atascado debería triunfar una estupidez acción decidida: acompañado de su más cercano confidente viajaría a España de incógnito y pediría en persona la mano de la infanta.

El guapo

George Villiers, primer Duque de
Buckhingham, político, bailarín y
muy apegado al rey Jacobo.
Retrato de Rubens.
El acompañante del príncipe era también el personaje más importante de la corte: George Villiers, primer Duque de Buckingham. Villiers había logrado ascender desde la baja nobleza hasta convertirse en el favorito del rey gracias a dos cualidades imprescindibles para medrar en la corte de Jacobo I: ser guapo y bailar bien.
No estoy de broma. De hecho Villiers había aparecido en la corte introducido por una facción opuesta al anterior favorito, también bastante apuesto (aunque no debía ser tan buen bailarín). Contaban con que, en cuanto el rey posara los ojos en el bien proporcionado joven, éste se ganaría su favor.
Aunque no se ha llegado a dar por probado que Jacobo tuviera una relación homosexual con Villiers, sí hay algunas pistas que apuntan hacia una relación bastante especial con su protegido. Por ejemplo, su costumbre de llamarlo Steenie, diminutivo de Saint Stephen (San Esteban), porque decía que tenía la cara de un ángel, o varias cartas en las que Jacobo se refería a Villiers, entre otros apelativos, como "mi dulce niño y esposa".
Además de guapo y buen bailarín, Villiers también era ambicioso, y pronto se convertiría en el personaje más importante del país. Lástima que las cualidades del joven no estuvieran acompañadas de una mentalidad más reflexiva y una mejor capacidad de planificación, lo que le iba a costar tanto a él como al país bastantes disgustos en el futuro. Uno de ellos fue secundar la idea del príncipe Carlos.
El rey en seguida vio los inconvenientes del asunto, pero su naturaleza dubitativa y lo difícil que le resultaba negarle algo a hijo y favorito hizo que acabara aprobando la iniciativa a regañadientes.

La infanta 

La infanta Ana María, hija de Felipe III,
hermana de Felipe IV y convidada de piedra de
todo este embrollo. Retrato de Diego Veláquez.
La clave en todo este asunto y probablemente la que menos tenía que decir al respecto. Hija de Felipe III y hermana de Felipe IV, como buena infanta española era ferviente católica, siendo los problemas religiosos los responsables de que las negociaciones se hubiera alargado más de una década. Aunque no es que a los españoles el retraso les molestara mucho: los más de diez años de negociaciones servían para que Inglaterra no se atreviese a involucrarse en las guerras de religión en contra de los católicos por miedo a arruinar el enlace y perder la cuantiosa dote con la que Jacobo I esperaba aliviar sus problemas económicos.




Así estaban las cosas cuando el heredero y el guapo (Carlos y Villiers) se pusieron en marcha disfrazados, camino de una corte donde no se les esperaba. Aunque esto ya os lo contaré en la próxima entrada.

viernes, 8 de septiembre de 2017

De cómo el hijo del Rajá consiguió a la princesa Labam

Hoy os traigo un cuento de la India, recopilado por Joseph Jacobs en su libro Indian Fairy Tales. El libro fue publicado en 1892, es de dominio público y puede encontrarse en Archive.org. La traducción es mía, y puede usarse libremente siempre que indiquéis la fuente (ver al final de la entrada). He incluido las ilustraciones que aparecen en el libro, obra de Gloria Cardew.
Tenéis disponibles las versiones en epub y mobi por si queréis leerlo en vuestro dispositivo electrónico.




En cierto país había un Rajá cuyo único hijo salía a cazar todos los días. Un día la Rani, su madre, le dijo:
—Puedes cazar donde quieras en estas tres direcciones, pero nunca debes aventurarte en la cuarta.
Dijo esto porque sabía que, si se dirigía hacia allí, oiría hablar de la hermosa princesa Labam y dejaría a su padre y a su madre para lanzarse en su busca.
El joven príncipe obedeció durante un tiempo. Pero un día, mientras cazaba en las tres direcciones a donde le permitían ir, recordó lo que le había dicho su madre y decidió averiguar por qué le había prohibido viajar hacia la cuarta. Allí encontró una jungla, sin más habitantes que una bandada de loros. El joven Rajá hizo algunos disparos e inmediatamente todos huyeron levantando el vuelo. Todos salvo uno, llamado Hiraman, que era su Rajá.
Al verso solo Hiraman llamó a los otros loros: 
No me abandonéis bajo el fuego del hijo del Rajá. Si me dejáis así se lo diré a la princesa Labam.
Entonces los loros regresaron entre parloteos junto a su Rajá. El príncipe, muy sorprendido, dijo:
—¡Vaya, estos pájaros pueden hablar! —y les preguntó—. ¿Quién es la princesa Labam? ¿Dónde vive?
Pero los loros no querían contárselo.
—Nunca llegarás al país de la princesa Labam —fue todo lo que dijeron.
El príncipe se puso muy triste al ver que no lograba sacarles nada más; arrojó su escopeta y regresó a su hogar. Cuando llegó no habló con nadie ni quiso comer nada, sino que se tumbó en su cama durante cuatro o cinco días, y parecía estar muy enfermo.
Finalmente les contó a su madre y su padre que quería partir en busca de la princesa Labam.
—Debo ir —les dijo—; debo ver cómo es. Decidme cuál es su país.
—No sabemos dónde está —le respondieron.
—Entonces debo salir a buscarlo.
—No, no —le dijeron—, no debes dejarnos. Eres nuestro único hijo, quédate a nuestro lado. Nunca podrás encontrar a la princesa Labam.
—Debo intentarlo; tal vez Dios me muestre el camino. Si mi destino es vivir y encontrarla volveré con vosotros. Pero quizás muera y nunca vuelva a vuestro lado. Aun así debo partir.
Así que le dejaron marchar, entre lágrimas. Su padre le dio hermosas vestiduras y un hermoso caballo. Y él tomó su escopeta, su arco y flechas y muchas otras armas “porque”, pensó, “puedo necesitarlas”. Su padre le dio también una gran cantidad de rupias.
Entonces preparó su caballo para el viaje y les dijo adiós a su padre y a su madre. Su madre tomó su pañuelo, envolvió en él algunos dulces y se lo dio a su hijo.
—Hijo mío, cuando estés hambriento toma uno de estos dulces.
Entonces comenzó su viaje, cabalgando sin cesar hasta que llegó a una jungla donde había una charca a la sombra de unos árboles. Se bañó y bañó a su caballo en la charca y se sentó bajo un árbol.
—Ahora —se dijo— comeré algunos de los dulces que mi madre me preparó, beberé algo de agua y continuaré mi viaje.
Abrió su pañuelo y tomó un dulce. Encontró una hormiga en él. Tomó otro; también tenía una hormiga. Así que dejó ambos dulces en el suelo y cogió otro, y otro, y otro, hasta que los sacó todos, y en cada uno había una hormiga.
—No importa —se dijo—, no comeré dulces, que se los coman las hormigas.
En ese momento apareció ante él el Rajá de las Hormigas, que le dijo:
—Has sido bueno con nosotros. Si alguna vez te encuentras en problemas, piensa en mí y acudiremos.
El hijo del Rajá le dio las gracias, montó en su caballo y continuó su viaje. Cabalgó sin cesar hasta que llegó a otra jungla, donde vio a un tigre con una espina en su pata, que rujía fuertemente por el dolor.
—¿Por qué ruges así? —preguntó el joven Rajá—. ¿Qué te ocurre?
—He tenido doce años una espina en mi pata —respondió el tigre— y me duele. Por eso rujo.
—Bien, yo te la quitaré. ¿Pero es posible, siendo un tigre, que después me devores?



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